sábado, 11 de diciembre de 2010

"Es que soy anarquista..."

A la misma hora que Francisca leyó la nota, Iker estaba sentado, casi acostado, en un bus camino a Temuco, hojeando una revista de rock que había comprado en la estación. Tenía cuatro litros de cerveza en el cuerpo y se había comido, dentro del bus, unas galletas de marihuana, y pese a que sentía claramente sus influjos en el cuerpo, en toda su motricidad, mantenía la mente fija en su esposa y en todas las consecuencias de haberla abandonado así. Era tanto así que, aunque quería, no podía conciliar el sueño, pese al cansancio.

Era prácticamente imposible que Francisca pudiera entender las razones que lo habían llevado a tomar esa decisión. No lo perdonaría y tal vez su matrimonió terminaría para siempre. Y aunque el dolor no podía ser más intenso, no se arrepentía.

Una vez más Iker había escapado sacrificando una parte importante desprendida de si mismo, conservando nuevamente aquella pequeña fracción de humanidad que ahora lo constituía. Ya lo había hecho con su familia, a la cual no veía de hacía cinco años; por la misma razón: su cercanía representaba un peligro para ellos.

Aunque esta vez se trataba de algo distinto. Esta vez no se trataba para nada de algo tan repentino. Había sido una graduación de hechos que desgraciadamente habían terminado por tensionar y zafarlos a ambos de su relación, pensaba Iker. Lo que se había deteriorado era ese lenguaje manifestado en encirptadas claves. Todo un sistema complejo, abierto solo para ellos, con pistas y también distractores para los intrusos, con un centro movedizo donde lo esencial era lo efímero y lo accesorio resultaba más estable. Sin saberlo ellos lo habían diseñado. Se trata de las encriptaciones oscuras y peligrosas que componen las palabras de aquellos Kamikazes, los que se aman. Pero que en este caso no eran nada distinto o distinguible del amor mismo, en su totalidad, "el amor no es otra cosa que un lenguaje" por lo menos para ellos.

Iker se daba cuenta de que todo era un problema político. Porque aunque a Francisca sí le interesaba lo político y siempre era ella quien tomaba la iniciativa en una discusión sobre el tema, y la mayoría de las veces se veía de acuerdo con las ideas de Iker, incluso las más radicales, no tenía problema con eso; e incluso había trabajado ya con Iker en La Pintana en sus proyectos de base; y muy probablemente ella hubiera estado dispuesta a llegar todo lo lejos que se pudiese pensar si Iker se lo hubiese propuesto. El problema era más serio aun. Durante los últimos años, un largo periodo de tiempo, los ideales políticos de Iker, a las espaldas de Francisca, se habían sustancializado en una materia espiritual. Iker no estaba exactamente loco pero su espíritu, por llamarlo de alguna manera, estaba convulsionado.

Y que lo político asumiera una forma espiritual, básicamente, significaba que era algo demasiado grande pero lamentablemente invisible, una suerte de esquizofrenia tal vez. El estaba todos los días y noches en una guerra descarnada en contra del poder, pero los demás lo ignoraban. Donde otros veían paz él veía destrucción sostenida. Veía perfectamente a victimas y victimarios. Tenía grabados a fuego todos los nombres de los caídos, sus amigos suicidados por la sociedad, demasiado libres para soportar la humillación. Donde otros veían voluntad el veía asesinato progresivo: empezaba por matar la alegría, la libertad, el amor propio, la confianza, los sueños y así hasta que una bala en la sien, o una soga al cuello, o un salto al Mapocho resultaba ser solo un detalle. Y una decepción amorosa, o un problema de plata, o una enfermedad, la perdida de un familiar eran la gota que terminaba por rebalsar el baso de la total e inapelable derrota contra el... "¿sistema?".

¿El sistema? ¿El capitalismo? ¿La ciudad, el maldito Santiago? Lo que fuere, era una condena que venía con uno. No había forma de escapar, no importa el lugar al que se emigrara, el daño ya estaba hecho. La educación, quizás la alimentación, los juegos, las relaciones de pareja también y todas aquellas cosas que siempre parecieron inofensivas ahora, en la ecuación de Iker, con un estado represor como ingrediente detonador, resultaban ser los componentes de una sustancia mortal; lenta y progresiva.

Iker llevaba 10 años investigando. Había revisado en detalle las teorías clásicas sobre la modernidad, la historia, especialmente la de Chile; había analizado el arte santiaguino, la poesía, la literatura, la arquitectura, las comunicaciones en general. Pero no había podido reducir el diagnostico de esta enfermedad a algo más acotado que... el centro de la ciudad de Santiago en su totalidad. Por eso, en las noches, cuando cerraba los ojos, a causa de estos flujos espirituales ya mencionados, Iker veía la ciudad estallar, su principales calles y edificios, despedazarse por los aires, sin quedar ninguna piedra sobre piedra. Todo esto mientras su esposa dormía tranquila a su lado.

Había llegado a un punto en que no distinguía entre el concepto de "político" y el concepto "bomba".

"El amor es para los hombre y las mujeres y yo no soy nada de eso... yo soy dinamita" Se dijo en voz lo suficientemente alta, como para que su vecino de asiento lo escuchara: "¿Perdón?" dijo el hombre. "Nada. Estoy hablando solo, es que soy anarquista" respondió Iker con voz algo etílica y se rió con ganas.

¡Esas frases...!: "¿No te gustó la película...? Ah es que eres muy anarquista" o "Vamos el finde a la playa ¿O la playa no es lo suficientemente anarquista para ti?" o también "(¿Y como esta Iker?) Mal, por eso es anarquista pues". Todas, las repetía siempre Francisca, en tono de broma. La mayoría de las veces lo hacia realizando una suerte de parodia de él, frunciendo el ceño, estirando la trompa e impostando la voz. Iker cerro lo ojos y se la imaginó así una vez más. "Yo no hablo así" se dijo y esbozó una leve sonrisa. Esa imagen como una calidad y suave brisa, por fin lo relajó y pudo conciliar el sueño. Aunque ya quedaba muy poco de viaje.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Xisca; "introductionless"

...Después me fui a sentar a un banco de la plaza a pensar en que hacer. Estaba claro que me iban a echar de la pensión en un par de días y no tenía de verdad muchos planes para el futuro. “Tal vez Eric tiene algo en mente. Por extraño que suene”, Pensé.

Lo llamé y conversé con él un rato.

–¡Buenas Iker! ¿Cómo estás? –me dijo desde el teléfono.

–Bien, ahora estoy en Chillán. Sin mucho que hacer además de darme vueltas por la plaza y leer libros usados.

–¡¿En Chillan?! ¡Yo estoy en Conce huevón, vente al tiro! Acá estamos como reyes tenemos de todo.

–¿Tenemos? – dije pensando que estaba con alguna mujer.

–Estoy con el Gato y un viejo penquista que es nuestro jefe y con el que vivimos. Llevo como dos mese viviendo acá.

–¿El gato? –pregunté. Pensé un segundo y recordé que así le había llamado alguna vez Orlando a mi viejo amigo Alfonso –. ¡Alfonso! –exclamé–. ¡Estas con Alfonso!

–Así es –me contestó.

“Genial”, pensé. Aunque no sabía en que estaban y no quise preguntárselo; no quería saberlo por teléfono. Así que sin más fui a empacar mis cosas y volví al Terminal de buses para comprar mi pasaje e ir al encuentro de mis camaradas.

Llegado al terminal tomé un taxi hasta la dirección que me había dado Eric. Era una calle muy vacía, muy ancha y sin nada de vegetación, ni siquiera un árbol. Era un día de finales del invierno como agosto pero había sol y hacía calor. Caminé con mi mochila y mi bolso, entré esas polvorosas calles hasta llegar a un gran galpón. Estaba vació. Era todo color gris y plomo. El sol golpeaba sin resistencia sobre el concreto del piso, las paredes, la árida y polvorosa tierra, las arenosas y brutas estructuras incoloras. Si acaso había en algún lugar una planta, un árbol o un intento de vegetación contra la tiranía de ese desierto, solo hacia ver más árido aun ese paisaje.

–¡Oiga! ¡¿Qué anda buscando?! –dijo a la distancia una mujer desde la ventana del segundo piso de una pequeña casa que se encontraba a un costado del galpón.

–¡Hola! ¡Busco a Eric! –le respondí.

–Ah, espere –dijo cambiando de expresión, a una más amable.

Al rato salió de la misma casa Eric. Vestía con un overol de mecánico azul, con la parte de arriba sacada, colgando. Solo con una polera sin mangas.

–¡Iker, que bien te vez! –Hizo un gesto con su mano refiriéndose a la barba de candado que yo estaba usando – ¡Te he echado de menos!

–Hola. Gracias –dije mientras me abrazaba.

–Vamos. Mira, aquí esta el Gato.

Sacó de su overol un llavero circular, con muchas llaves. Abrió la puerta del galpón. Era un espació muy amplio, con muchos autos, todos muy modernos. Caminamos algunos metros entre los autos hasta llegar al lugar donde estaba un Mercedes Benz. En el volante estaba Alfonso probándolo, haciéndolo sonar.

–Hola Iker, que alegría de verte –me dijo desde adentro del auto –. Espérame un minuto.

–¡Cómo estas Alfonso! –le dije a modo de saludo.

Se bajo del auto, me dio la mano y me preguntó.

–¿Ya almorzaste?

–No –le contesté.

–Vamos, que nosotros tampoco.

Fuimos hasta la casa contigua donde estaba la señora que vi a apenas llegué. La casa estaba pintada por dentro de un tono amarillo pastel, las ventanas eran muy grandes y todo se veía muy iluminado. En el primer piso estaba el baño y uno comedores a los que no les hallé mucho sentido. En el segundo piso estaba la cocina y la mesa en que nos sentamos. La mujer estaba parada en la puerta de una habitación. La saludé con un “hola, mucho gusto”. Le extendí la mano y me correspondió, se dio la vuelta y se metió a una habitación en que alcancé a ver de pasada una cama matrimonial. Se escuchaba desde ahí el sonido de un televisor con alguna teleserie brasileña de media tarde. Me extrañó un poco porque era día sábado.

Alfonso sirvió los platos con cazuela de vacuno y abrió un vino tinto que se veía bastante fino.

–Oye Alfonso ¿acá no tienes wisky? –le pregunté.

–En la casa tengo una botella –dijo sonriendo el viejo.

–¿Qué casa? ¿Donde están viviendo? –pregunté.

–En la noche vas a ver. No queda muy lejos. Mientras tanto come que vas a necesitar energía para más tarde –dijo Eric, que miro a Alfonso y ambos se sonrieron, de manera cómplice.

Me puse a comer en silencio y después de un rato Alfonso me preguntó:

–¿Sabes de mecánica Iker?

–No mucho –le respondí, con la boca llena y un pan en la mano.

–Acá vas a tener que aprender –dijo determinante.

–Está bien. No tengo problemas; pero cuéntenme de que se trata el negocio. Sean sinceros.

–No es la gran cosa –intervino Eric –. Solo arreglamos y refaccionamos autos robados. Yo conseguí la movida, conozco de antes al esposo de la señora esta –apuntó a la pieza donde estaba la mujer viendo telenovelas –, que es el encargado. Y se me ocurrió invitar al gato a participar. Se trata de arreglar, pintar, desabollar. Trabajamos para una especie de mafia del robo de autos de acá de la octava región. Nosotros solo arreglamos y devolvemos. –Hizo una pausa y dijo –: Espero a que no te pongas moralista a estas alturas del partido.

Me quedé callado un rato, y dudé. No me gustó mucho la idea, pero pensé: “no tengo muchas opciones, ya llegué a este punto. Que sea lo que tenga que ser”.

–No hay problema Eric –dije serio después de la pausa.

Después comenzaron a preguntar por mi vida. Qué había hecho en todo este tiempo. Les conté algunas cosas a grandes rasgos de mi paso por Chillán. No todo, omití algunas cosas que me parecieron que no venían al caso como el porque había tenido que renunciar a la librería y a la iglesia. Ya había usufructuado demasiado de esa historia y de la pobre Pamela.

Cuando ya estábamos tomándonos el café y los tres fumábamos unos habanos que a Alfonso le habían enviado desde cuba, a los que no me quise negar. Les pregunté directamente:

–¿Y no hay planes de hacer algún “movimiento” como el de San Antonio? –Tenía que preguntar, después de todo era la verdadera razón del por qué estaba ahí.

Alfonso sonrió.

–Iker se volvió un adicto a la adrenalina –dijo dirigiéndose a Eric que dio una carcajada –. Algo hay. Tengo algunos contactos pero todavía nos les puedo adelantar nada –dijo Alfonso.

–¡Qué huevada Alfonso! –levanté la voz enérgico –. ¡Hasta cuando con esa desconfianza! Inclúyenos. ¡Bájate de tu pedestal huevón!

–No es desconfianza Iker –dijo en tono incoloro y extremadamente serio –; pero un buen estratega tiene que saber como manejar a su equipo. Si les cuento ahora solo terminarían acumulando ansiedad. Y tú Iker, tú en especial, eres demasiado impulsivo, te obsesionas y te desenfocas muy fácilmente ante la presión. Te falta mucha frialdad. Lo que podría ser fatal para nuestra causa.

“De que causa estará hablando este loco”, me dije. Pero no quise seguir discutiéndole. No iba a ganar nada, pensé, sería solo gastar palabras, hablarle al viento.

Fuimos a la casa donde estaban viviendo. Era una casa increíblemente parecida a la que Alfonso tenía en Cartagena. De estilo clásico. Yo me duche y ellos que se habían bañado en el taller solo se cambiaron de ropa. La ropa era cara, se notaba que les estaba yendo bien, pensé. Alfonso usaba un traje formal, negro entero y Eric, no se veía muy distinto, pero a él no le quedaba el estilo, era muy joven para el estilo, que a mi me parecía, terrorista internacional; parecía más que iba a una fiesta de disfraces. Obviamente estaba ya demasiado influenciado por el viejo. Alfonso podía sentirse orgulloso, pensé; ya tenía un lacayo.

–¿Van a salir? –les pregunté.

–“Vamos a salir” –respondió Eric incluyéndome –. Es la sorpresa que te tenemos.

Sin cambiarme de ropa los acompañé. Vestía simplemente unos jeans y un polerón canguro negro.

El lugar no era muy distinto a lo que me había imaginado. Era un puticlub como los de las películas, pensé. Con luces de colores y cortinas de terciopelo rojo con flecos y todo lo demás. Dentro de ese contexto las apariencias de Eric y Alfonso, que me parecían de cafiches, no desentonaban para nada con el lugar.

–¡Traigan a la Xisca para que converse con mi amigo! –voceó Alfonso mucho más animado de lo que yo jamás lo había visto.

–Esta indispuesta –dijo una de las mujeres sentada en las piernas de un viejo más o menos gordo, padre de familia promedio, me pareció.

Alfonso estaba junto a una mujer que aunque era la mayor, me parecía la más atractiva del lugar. Se veía que ya tenía una relación de amistad más o menos profunda con Alfonso.

–¿Este es tu hijo? –preguntó la mujer.

–No, es mi amigo –contestó el viejo –. Ya te hablé de él, el que te dije que era especial para la Xisca. Búscala. No seas mala y búscala, quiero que conozca a mi amigo. Hazlo por mí.

–No te preocupes –intervine, tratando de salir del paso –. Yo busco solo si hay alguien que me guste.

Me ignoraron y se fueron. Ahí me quede observando a la gente y a las mujeres. Odié ese espectáculo. Vi a Eric conversando con varias de las chicas. Las hacía reír mucho. Él no necesitaría pagarles pensé. Lo estaba viendo en su esencia, estaba hecho para ese ambiente.

Una mujer que me pareció un poco pasada de peso se me acercó y comenzó a ofréceseme.

–No. Estoy esperando a otra niña –le dije.

Hizo como si no me hubiese escuchado y me preguntó si le quería tocar los pechos. Me negué y le pregunté donde podía conseguir un wisky. Otra vez hizo como que no escuchaba.

En eso estaba cuando llegó la mujer que estaba con Alfonso hacia un rato. Venía acompañada.

–Anda a atender a otro cliente –le dijo a la que me acosaba –, Este esta ocupado –y se fue.

»Este es el amigo de Alfonso –dijo esta vez dirigiéndose a la niña que venía a su lado. Los dejo para que se conozcan.

Era de unos dieciocho o diecinueve años, tal como yo; tez blanca, cabello castaño claro, ondulado y ojos verdes; vestía con zapatillas negras como de ballet, jeans y un polerón de canguro verde y no usaba maquillaje; se veía totalmente disonante con todo ese ambiente. Pequeña, delgada, frágil al punto de producirme una conmoción en pleno corazón con su fragilidad.

–¿Cuál era tu nombre? –me preguntó sacándome de mi estupefacción.

–Iker –le respondí nervioso –. Mi nombre es Iker.

–Ja, ja, ja –rió –. Que chistoso nombre.

–Si, es un poco raro –le respondí.

–¿Y a que te dedicas? –me preguntó.

–Estudio sociología – mentí.

–Pero que interesante –lo dijo riendo en un tono más o menos irónico, me pareció –. ¿Y estudias acá en Conce?

–Sí… Oye no necesitas hablar de estas cosas con migo. No soy tan latero como te imaginas. –la miré con miedo a su reacción.

Solo se rió con ganas.

–No, si no creo que seas latero –me aclaró –. Pero se nota que eres distinto a los hombres que vienen siempre a este lugar. Pero ¿qué se te ocurre entonces? –preguntó.

–Por lo pronto sácame de aquí, no me gusta este ambiente.

–¿No? Yo ya estoy acostumbrada -dijo con cierta melancolía.

–Disculpa, no te ofendas. Lo dije sin pensar.

–No te preocupes ¿Te parece que vallamos a una de las piezas al tiro? –me preguntó.

Lo dudé un segundo pero finalmente accedí.

Ya en el lugar pase al baño. Me miré al espejo. Eran demasiadas las sensaciones. Para empezar tenía miedo, por otro lado no era la forma, así no debería ser mi primera vez y por ultimo: ella no me parecía de ninguna manera una puta. Era más una princesa. Pero “a veces un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer”, me dije.

Salí del baño y ella estaba tendida en la cama, sin el pantalón y pero con las zapatillas, el polerón y unas pantaletas blancas. Mostrándome sus suaves muslos blancos.

Me miraba y se reía. Sonreía, pero de vez en cuando soltaba unas pequeñas risitas infantiles.

–No estás ebria –le dije –, pero algo tienes ¿Qué te tomaste?

–Nada –respondió con una mirada infantil.

–¿Qué te tomaste? –dije con voz seca y séria, como entrando en su juego.

–Hongos –dijo de manera más juguetona aun.

–¿Te quedan?

Sólo sonrió.

–¿Donde están?

Abrió el cajón del velador, y sacó un plato con un olor muy fuerte. Todavía se veían tibias aquellas cosas blancas que estaban sobre el plato. Me senté en la cama y ella extendió el plato hasta ponerlo justo frente a mí, y tomé con las manos un pedazo de hongo, y me lo metí a la boca. Su jugo se deslizó por mi paladar hasta llegar a mis amígdalas. Tragué saliva para deslizar la espesura tibia que se acumulaba en mi garganta.

–¿Esta rico? –me preguntó.

–No tiene sabor –contesté.

Ella se comió otro, me miro y sonrió con los ojos mientras masticaba con la boca cerrada.

–¿No será mucho? –le pregunté.

–Es para emparejarme contigo –dijo.

Me fui a revisar unos discos que estaban junto a una radio portátil con lector de compactos.

–Tango, bolero, no lo conozco... -dije en voz alta –. Eres una puta con buen gusto –concluí.

Me lanzó una botella plástica vacía que estaba en el velador, me dio justo en la cabeza.

–No me digas así –dijo, y se largó a reír.

Yo solo la mire. No me gustó nada el exceso de confianza. Aunque yo me lo había buscado.

Entre todas esas cosas encontré el disco de la banda sonora de alguna película mejicana que no conocía y lo coloqué. Me senté en la cama y dejé pasar los primeros dos temas pensando que estaba en el efecto. Ella bailaba en la cama de manera sensual. Yo estaba, más bien, sugestionado pero cuando sonó el tercer tema, el principal, vino el golpe verdadero, los músculos de la cara se me tensaron, las pupilas se me dilataron de golpe dejando pasar un cúmulo de luz que parecía llevar años intentando entrar en mí, desde mi infancia que no veía el mundo así, sentí. Un calor súbito me sobrevino como desde la medula de la espina.

Sin poder contenerme salté de golpe sobre la cama. Tomé a la niña entre mis brazos me di un par giros como bailando y di un saltos desde la cama hasta el suelo con ella entre mis brazos. Sentí mis piernas caer, firmes y contundentes; y luego, como si el tiempo se detuviera su piernas frágiles cayendo y cediendo contra el piso. Se desplomó.

–Perdona –le dije, con la cara ardiendo en llamas, de pura vergüenza –, no pude evitarlo.

–Ja, ja, ja –se rió –. No importa.

Siguió dando giros por toda la habitación. Yo me senté en un mueble y la contemple. Verla ahí bailando sola me parecía un sueño.

–Podríamos salir de acá –le dije sin pensar realmente lo que decía.

–¡Buena idea! –exclamó ella después de detenerse encima de la cama y pensar un poco.

Desconectó la radio y salió de la habitación, sin siquiera ponerse los pantalones.

Yo me quede estupefacto, pensé por un minuto que simplemente se había arrancado, pero luego la seguí. Todavía el lugar estaba lleno de gente, corrí entre ellos siguiendo el sonido de de la voz de Julio Jaramillo que sonaba en la radio, que era a pilas. Me metí entre la gente hasta encontrar una pequeña cocina y en el fondo una puerta. La abrí y me vi en un jardín grande, al final de él había una cancha de tenis. Caminé hasta ella pero antes de llegar me percaté que aun costado había una piscina armable, como de un metro de altura. Donde estaba Xisca, como la llamaban. Sentada en el pasto, con las piernas desnudas envueltas en sus brazos.

Corrí hasta donde ella estaba y ella se levantó y corrió también hacia mí. De un salto se colgó de mi cuello y me besó en los labios. Mientras yo giraba varias veces con ella entre mis brazos, jugando a ser protagonistas del final de una película de amor cualquiera. Cuando me detuve ella siguió abrazada a mi. Sonaba en la radio la clásica Bésame mucho.

Un rato más tarde, cuando yo estaba sentado en el pasto con su cabeza en mis piernas y mirando las estrellas que se reflejaban en sus grandes ojos verdes. Apagué la radio.

Me miró extrañada.

–No quiero más música –le dije –. Estoy demasiado atraído por todo. ¿No sientes como que algo te estuviese llamando? Las cosas mismas. La música lo único que hace es desviar la atención. Todo lo que vemos, los colores los espacios y las formas son impactos de luz que repercuten en nosotros. Antes la gente pensaba que todo era continuo, que las cosas eran siempre de una manera determinada. Pero no es así. La luz es intermitente, una vibración, una pulsión, un latir como el de tu corazón –dije mientras le tocaba el pecho –. Las estrellas, la noche, el pasto, tú; son todos ritmos, es todo música y aquí contigo ya no necesito música. La musicalidad de tu mirada me basta.

–¿Mi mirada? ¿Qué es mi mirada?

Sonreí; y lo hice porque sentí que ella había comprendido.

–Luz descarriada –contesté.

–Sí –dijo sonriendo –. Eso es –y cerró los ojos –. Dime más.

Continué inventando cosas para decirle, estimulado por el alucinógeno, durante toda la noche, como nunca lo había hecho.

Ya en la habitación dormí, pero la efervescencia de los hongos todavía presentes me despertó.

–¿Qué puedo hacer? –dije en voz alta pero dirigiéndome a mi mismo. Pensaba en mi futuro y en cosas personales.

–No lo sé –respondió sorpresivamente Xisca, que yo pensaba se había quedado dormida acurrucada a mi lado –. Si no quieres bailar, no quieres follarme, no quieres nada. No se me ocurre.

–“Yo no seré un amante pero tu tampoco eres una bailarina” –dije riendo.

Ella levantó la cabeza y me miró de forma interrogativa, pero con un dejo enfado.

–¿Tú quieres que te folle? – pregunté.

–Esa es una pregunta injusta Iker –dijo mientras volvía a apoyar su cabeza en mi pecho –. No sé si te das cuenta de la situación en que estamos.

–No quiero –le dije –, aunque si tengo ganas. Sería mi primera vez –volvió a levantar la cabeza y me miro con sorpresa – y no es así como quisiera hacerlo. Además de que tú misma te enojaste cuando te llamé puta. A mi no me lo pareces.

–Lo soy –dijo.

Me dediqué el resto de la noche a acariciarle el cabello, hasta que nos dormimos.

Cuando desperté estaba debajo de una frazada, que ella había puesto para el frió. Ella se había quitado el polerón y solo la cubria una liviana polerita sobre el sostén.

Me levanté, cuestionándome el no haberle hecho el amor a esa niña. Fui al baño de la pieza a lavarme la cara, no quise salir de la habitación. Con mis dedos acaricié su cara durante algunos minutos hasta que se despertó.

–Tengo un problema –le dije susurrando mientras ella abría los ojos –. No tengo ni un peso.

Sonrío sin abrir lo ojos y se acurrucó en la cama.

–¿No sabes? –me preguntó.

–¿Saber que?

–Ustedes no pagan. Ninguno de los tres. Por orden de Isabel, la mujer que nos presentó. No sé muy bien que relación tienen ella con el Gato, pero el se atiende solo con ella. Tú amigo Eric tampoco, por la orden, y además aquí a todas nos gusta, es súper simpático y atractivo –concluyó, cerrando los ojos y acurrucándose aun más.

–¿Has estado con Eric? –dije en un impulso de celos y envidia –. ¡Que pregunta! obviamente sí –me autorespondí.

Sonrió, todavía con los ojos cerrados y dijo sin inmutarse:

–No, nunca. No por falta de ganas. Lo que pasa es que el Gato e Isabel lo prohibieron. Desde que me vio creo que me eligió para ti.

–Que extraño –dije. Y me fui al baño de nuevo.

Cuando salí le pregunté.

–¿Todavía te quedan honguitos?

–Sí ¿Por qué?

–Pensé que podríamos juntarnos mañana en la mañana para conversar, no sé, en los pastos de la universidad. Y ahí podríamos comernos otro.

–Sí, por qué no –dijo ahora sentada en la cama. Y me dio una dirección, para que nos juntáramos.

–Y otra cosa ¿Cuál es tu nombre? –pregunté.

–Francisca, aunque los más cercanos, me llaman Xisca. Y tu no te llamas Iker ¿cierto?

–Sí, ese es mi nombre. Iker –contesté.

Me fui feliz hasta la casa caminando. Algo me había pasado, me sentía como otra persona, como que había dado un paso, subido un escalón en mi madurez, pese a no haber hecho el amor esa noche.

Al día siguiente la esperé, donde ella me había dicho. Me había arreglado; hasta colonia de Eric me había puesto. Pero ella nunca llegó. Ahí se reventó el globo. Pensé en que éramos sencillamente diferentes, que no había futuro entre los dos; ¿qué era lo que me había imaginado?; y ella también lo sabía de mucho antes.

Mientras volvía a la casa peleaba mentalmente con Alfonso. “Viejo maricón, viejo tonto”

martes, 9 de noviembre de 2010

Xisca, La Definitiva.

"Nena, voy a desaparecer por un tiempo, solo te pido que confíes en mí, solo eso te pido (Iker)"

Estaba escrito a lápiz grafito en un pedazo de cartón de caja de zapato sobre la mesa. La caligrafía era horrible. Sí bien Iker nunca se caracterizó por tener una caligrafía siquiera decente, el mensaje estaba escrito como si hubiese tomado el lápiz con la palma de la mano apretando el puño, como escribiría un salvaje, un mono, cualquier ser carente de educación primaria, o de cordura que era lo que se acercaba más a lo que ella interpretó en ese momento le pasaba a Iker.
Francisca leyó no sin un dejo de frustración y rabia, pero, al fin, como algo para lo que sí estaba prevenida. "Yo me lo busque" dijo resignada suspirando mientras se sentaba en un sillón con un tazón de café en la mano y la nota el en la otra.
Pese a que la nota insinuaba un próximo regreso de Iker y ella no tenía razones para pensar que él estaba mintiendo encarecidamente, ella sí asumió esa nota como el final triste de una historia, o de un periodo, de una etapa. Un final o un cambio, depende de que tan significativo pudiera ser esa nota en términos de consecuencias en el devenir de su vida. Por supuesto que ella ignoraba toda esa variabilidad, y el peso especifico de ese acontecimiento; sólo era que... sentía nítida y concientemente que algo había definitivamente terminado de morir con esa nota.
Iker había cambiado. Lo notaba toda la gente cercana a Francisca y que conocía por ella a Iker; lo notaban y se lo hacían ver cada vez que podían. Si bien el siempre había sido solitario y huraño, lo que acusaban los amigos de Francisca, lo que insinuaban todo el tiempo, parecía ser, era que las excentricidades de su esposo habían traspasado el umbral de la cordura. De cualquier forma ella se sentía incapaz de reconocer esto, quizás por una suerte de negación inconsciente, pensaba a veces, pero también porque era por lo menos lógico que ella conociera a Iker mejor que cualquiera de los que apenas lo habían visto o habían intercambiado un par de palabras sueltas con él, o mejor que cualquier persona en este mundo; tranquilamente.
Francisca no intentaba convencerse de que su esposo era una persona normal o que no tuviera algún problema psicológico; era solo que ella no notaba una diferencia tan importante. Después de haber salido de la cárcel (hacía ya casi una año) innegablemente había cambiado, pero no era más que la acentuación de aquella desconfianza hacia el mundo que siempre lo caracterizó. Hay que decir que llevaban cinco años viviendo juntos, y se habían conocido hacía diez. Y ciertamente desde la primera vez que lo vio, desde esa primera noche, Francisca notó que aveces el vasto mundo interior de Iker colisionaba con la realidad. No era que ella viera en él una persona con una psiquis saludable, o normal, era solo que cualquier problema de ese tipo, nunca habían sido impedimento para construir una relación y proyectar con él una vida.
A los 19 años de edad, cuando conoció a Iker, Francisca ya poseía una variada colección de experiencias dolorosas y violentas, más de las que muchos podrían contar en toda una vida, y exponencialmente más que cualquier niña "normal" a esa edad. Su madre, Rachell, era lo que se llamaba una madame, una de las más importantes de Concepción. Más que una prostituta era una "mujer de negocios". Aparte de un exclusivo puticlub, que poseía, era socia de una cadena de cafés con piernas de bares e incluso alguna discotec también formaba parte de la lista de negocios en los que tenía parte. Lógicamente una profesión como esa inevitablemente, pese a los esfuerzos realizados por Rachell, tendría a la larga consecuencias en la vida de Francisca, la niña. Sin ir más lejos, se podría decir que ella no tuvo lo que se llama una "vida escolar normal", más que eso lo que tuvo fue una excursión de reconocimiento detallado de los colegios más caros de Concepción. Cuatro colegios en enseñanza básica, de lo cuales no había terminado saliendo por eventos relacionados con su conducta la cual siempre fue bastante adecuada y menos por sus notas que eran ejemplares, sino por la propia intervención de Rachell, que por un lado le costaba muchísimo asistir a reuniones de apoderado y por otro, cuando podía hacerlo se involucraba en fuertes discusiones con profesores y directores, pues si nada le indignaba más que el que un extraño le dijese como llevara sus negocios, el asunto se complicaba aun más cuando le trataban de indicar como criar a su única hija.
Fueron también cuatro colegios en enseñanza media, uno por año. pero esta vez sí Francisca era la que decidía cambiarse ya que no soportaba el acoso tanto el explicito como el implícito, el real o hasta el imaginario, el que al final ella se terminaba auto infligiendo cuando ocurría que sus compañeros se enteraban de quien era su madre.
Ya estando en tercero medio, a los 16 años, quedo embarazada de uno de sus profesores, un estudiante en practica de veintitantos que hizo acto de desaparición por casi dos años, después de enterarse. Alcanzo a terminar el año y decidió cambiarse de colegio a uno menos conservador que en el que estaba, en el que justo, ya empezaba a sentirse cómoda. Se cambió a uno más liberal por así decirlo, uno en el que estar embarazada era algo "más normal", le pareció. El primer semestre de cuarto medio, estando con guatita, saco mejores notas que nunca dentro de su rendimiento ya ejemplar, rondo la perfección. En septiembre se produjo el parto, Julia nació sin ninguna complicación. Una niña perfectamente normal.
El colegio le dio a Francisca la posibilidad de hacer los exámenes libres, lo cual le dio la posibilidad estar ocupada, que era lo que necesitaba, ya que una galopante depresión postparto y el aun fresco dolor del abandono flagrante del padre de Julia se la estaban comiendo por dentro.
Después de graduada el dolor no disminuyó; de hecho se intensificó. Experimentó un temporal rechazo hacia su hija recién nacida; un continuo y solido caudal de dolor sin pausas ni fisuras se había interpuesto entre ellas. El carácter de Francisca empeoró, lo que la llevó a continuas peleas con su madre, a la que también le había tomado rechazo, la consideraba la causa de su mala suerte y todos sus problemas. Fue eso lo que hizo que después de casi un año de haberse graduado, tomar a Julia y hullera de la casa de su madre. Se quedo en casa de una amiga, antigua empleada de su madre en el puticlub. En ese periodo Francisca cambió, dejo bruscamente de ser una niña tímida y conservadora; el alcohol y el sexo casual se transformaron en sus sedantes favoritos, veía su vida como un desperdicio, veía a su alrededor como sus sueños se le escapaban sin que ella pudiera hacer nada.
De muy niña ella había decidido ser distinta a su madre y al mundo que le rodeaba. Había visto a su madre sufriendo, la había visto ser engañada, humillada y violentada por hombres. Sin embargo ella había alimentado de la nada una fe siega en que eso no era todo el mundo, que había mucho más que eso y entre otras cosas que no todos los hombres eran tan crueles como había visto y le habían dicho. Por eso cuando conoció al padre de Julia se desprendió voluntariamente de sus dudas y creyó decididamente en el amor.
Dentro de ese contexto la experiencia que tuvo ejerciendo la prostitución fue apenas un detalle, una corta estadía en un puticlub de la competencia del de su madre. Tal vez no alcanzó la media docena de clientes, y ni siquiera sería mencionado aquí de no ser que uno de esos pocos clientes se terminaría convirtiendo en alguien tan determinante.
Cuando Francisca conoció a Iker era un niño de más o menos su misma edad que le pareció pretencioso y torpe. Miraba todo aquel puticlub con un gesto que mezclaba asombro y burdamente fingida superioridad. Era apenas un poco más alto que ella y tenía grandes patillas espesas pero indefinidas, descuidadas como todo el resto de su apariencia. Aparte de eso ella no recordaba mucho más ni de aquella noche ni de él, salvo que después de un par de semanas, cuando ella ya había renunciado, él había pasado preguntando por ella y que quería encontrarla, que le era importante; le dijeron a ella.
Al verano siguiente, cuando Francisca había superado la parte que se puede superar de aquella decepción, retirada de los excesos y ya estaba trabajando de secretaría en uno de sus ex colegios y viviendo en un departamento, sola, recibió una llamada de la misma amiga que la había recibido en su casa hacía poco más de un año. Le contó que hacía unos días había pasado en horas de la mañana un joven que se hacía llamar Iker preguntando por ella, pero que ella no había querido darle su nueva dirección por razones de seguridad pero se comprometió a consultarle a Francisca. Iker había quedado en volver a buscar la respuesta. Francisca, que recordó vagamente, le dijo a su amiga que había hecho bien y que prefería que no le diera ninguna información "nada bueno puede venir de ahí, de ese tiempo" pensó.
Tuvo que pasar un año más para que un caluroso medio día en el centro de Concepción ella junto a Rubén, en aquel tiempo un amigo cercano, se sentaran en la terraza de una cafetería a tomarse un jugo de fruta natural, para que cuando se iban, sorpresivamente el garzón que los había atendido dijera con nervioso y destemplado volumen de voz "¿Tu eres Xisca cierto?". Lo reconoció solo después de unos segundos, en primera instancia le sorprendió lo familiar que le parecía la voz, y aunque la apariencia física no le decía nada, la mirada de aquel niño la trasladó inmediatamente a aquella noche en que se habían conocido; esto la estremeció, su corazón dio un vuelco. Primero estaba el hecho de que estaba acompañada y que el hombre que la acompañaba no conocía esa parta de esa historia, y aunque no creyó que el garzón fuera a decir algo que la delatara, sí la asustó que dos mundos, el presente y un pasado se cruzaran así tan violentamente. También la inquietaba esa insistente intencionalidad, con la que ella se había enterado de que él la había buscado y ahora por un sospechoso azar se encontraba a justo frente a ella.
-Yo me llamo Iker, no creo que te acuerdes de mí -dijo el garzón.
-Sí, sí me acuerdo -dijo Xisca después de dudar un segundo si reconocía que lo recordaba-, de la casa de Isabel.
-Supongo -dijo Iker abriendo los ojos de par en par y mirando un poco inquieto a Rubén.
No hablaron mucho más que eso. Ella se despidió de él con un beso en la mejilla y diciéndole que tal vez volvería a pasar por ahí así que se verían seguido. Y aunque no lo hizo, en lo siguiente se desarrollo continuum de "encuentros casuales", con espacios de tiempo entre uno y otro casi de precisión matemática. Nada habría hecho sospechar, ni al más paranoico, de un carácter conspirativo en estos encuentros, salvo lo perfectamente azarosos que resultaban, como una contradictoria minuciosidad. Con esta lógica pos formal en la vieja técnica teatral de irrupción oportuna Iker se abrió paso en el mundo de Francisca. Un paradero de micro, un cine, un concierto de rock y un pub, formaron parte los paisajes que dieron inicio a esta historia. Los encuentros se extendieron hasta finales de abril o principios de mayo. Todo esto sumado a esa congénita soledad de Francisca, que atravesaba todas las dimensiones de su personalidad, dieron píe al germen de aquella amistad, sin dejar de mencionar que precisamente en eso, en la soledad congénita, ella había hallado una cierta identificación, una atracción fraterna (de hermanos) hacia la persona de Iker.
Más adelante Iker y Francisca mantuvieron un intercambio de correspondencia vía E- mail, El le contaba como le iba en la universidad y en la vida dejando caer comentarios bastante laxos sobre su filosofía, su moralidad o su ideología; además ella notaba en estas lineas que él le insinuaba un mundo secreto, transfuga, al que él le cerraba la puerta pero dejándola disimuladamente entreabierta. Ella por su parte le contaba sobre su hija Julia, sobre su trabajo y sobre lo que ella pensaba de la vida y del amor, especialmente.
En septiembre de ese mismo año, Iker le avisó que viajaría a Concepción a visitarla. Se juntaron y pasaron el día juntos. Cuando anocheció, después de tomar once junto a la pequeña Julía (que ya tenía 2 años de edad y estaba muy grande) y de despedirse afectuosamente, a Iker y a Francisca los invadió la misma alegría, como si hubiesen pasado un largo tiempo aislados y por fin se hubiesen podido comunicar con alguien.
Después de eso Iker comenzó a viajar seguido a Concepción, una vez al mes, casi. Decía que iba por asuntos académicos o a actividades políticas, "Es que yo soy anarquista" dijo alguna vez y a Francisca no se le olvidaría esa frase, aunque si olvidaría el tono en que lo dijo, o más bien la recordaría de desde diferentes dimensiones, desde la más dramática hasta la más jocosa. A ella le parecía curioso, que pesé a decir eso, al final se pasara todo el día con ella, pero tampoco le molestaba.
Una vez se juntaron con compañeros y compañeras de Iker y fueron a un "carrete" al Parque Lota. Francisca se sintió muy bien en ese grupo, tomaron vino, conversaron de muchos temas que a ella siempre la parecieron interesantes como política, educación, literatura y más. Era un ambiente con el que ella había soñado. Cuando volvían Francisca e Iker se fueron sentados en el pikup de la camioneta y hacía mucho frío, así que ella acurruco junto a él, lo que fue el contacto más cercano que habían tenido hasta el momento. Se fueron hablando, ya, incoherencias mientras sentían como el frío les partía la cara y veían las luces de la carretera pasar rápidamente frente a sus ojos.
Fue más adelante, cuando Francisca se entero de que Iker pasaba las noches en que la visitaba durmiendo en la calle y ella sintiéndose un poco mal por eso, lo invito a quedarse a dormir en el sillón, cuando recién a la mañana siguiente, que Iker intentaría dale un beso en los labios y aunque ella lo evadió, él no dio muestras de decepción, ni sensación de rechazo, ni siquiera incomodidad. La relación se mantuvo como siempre, el vino y el rock oido en la oscuridad, tendidos en la alfombra, más la eterna jovialidad y la risa de Iker, seguirían retiñendo ritmicámente en la vida de Francisca.
Una mañana de sábado Iker llegó sin previo aviso a su departamento y quien abrió la puerta fue Rubén, el mismo que estaba con ella aquella vez en el café cuando Iker los atendió. Él estaba de salida. Con el cabello mojado, lo mismo que Francisca, camisa, chaleco de marca, incuestionablemente eran un hombre guapo y de buen gusto. Pese a todo Iker no dio muestras de decepción, ni de tristeza ni de nada. Fue más bien Rubén quien se descompuso con su presencia, pero no hizo ni dijo nada además de despedirse con un apretón de mano y una sonrisa contrariada. Y Francisca también: sonrojada de manera tal que ni Iker la había visto así, a él le pareció que casi se desmayaba.
Iker se quedo en el departamento mientras Francisca acompañaba a Rubén hasta abajo. Se demoraron un poco así que prendió la tele para ver los dibujos animados de la mañana junto a Julía que recién se había levantado y aunque Iker se tentó a preguntarle a ella, que ya tenía tres años y medio, que qué le parecía el tal Rubén, prefirió no hacerlo.
Cuando ella volvió le contó quien era Rubén, era un periodista de treintaitantos, casado cinco años pero sin hijos y había publicado una antología de cuentos infantiles que a ella le parecían preciosos; aparte de eso, se había comprometido a dejar a su mujer definitivamente y mudarse junto a ella y Julia. Iker escucho pacientemente sin mostrar ninguna emoción. Cuando ella concluyo, Iker sentenció con un inexpresivo "no te conviene".
-No estas segura de que sea verdad que vaya a cumplir su palabra y ademas nunca va entenderte, no sabe lo que sientes y nunca lo hará.
Francisca reaccionó destempladamente, apunto de ponerse a llorar le gritó en la cara.
-¡¿Y que me conviene? ¿tú?!
-¡ Tranquilízate Xisca! -dijo Iker, enojado, cerrando los ojos y mostrando por primera vez algo de emoción-. No, no necesariamente -respondió.
Francisca retrocedió hasta apoyar la espalda completamente en el sillón en que estaba sentada y finalmente quedo con la mirada perdida. Inmediatamente Iker le dio un fugaz beso en los labios, al que Francisca no supo como reaccionar y no reaccionó. Él se fue. "En la semana seguimos hablando" dijo antes de cruzar la puerta.
Tres días después de eso Francisca por fin se atrevió a llamar a Rubén, básicamente le dijo que no se apurara en terminar definitivamente con su mujer, pues ella no lo recibiría en su casa y que no quería verlo más, por lo menos por un buen tiempo. El no lo tomó bien, le lloro, le gritó de impotencia y exigió explicaciones. Ella no fue capaz de resumir todo en una sola razón, sino que se deshizo en una serie de más o menos seis explicaciones distintas y casi inconexas una de otra, de estas quizás la más importante y definitiva fue que se había enamorado de otro. Ni ella misma se explicaría después porque había dicho eso, "tal vez, había sido solo para sacarse de encima aquella situación tan incomoda" se respondió después. Lo cierto es que ella se había decidido por Iker, lo que quiera eso pudiera significar, porque las muestras concretas de interés romántico por parte de él, habían sido del todo insignificante, sentía ella, por lo cuál se puede decir que la decisión de Francisca carecía de fundamento racional, hecho y derecho.
Se podrían hacer lecturas del todo simples sobre esta decisión, relegarle toda la carga teórica a "el amor". Sin embargo, la verdad es que no solo aquí, sino que en todo este tipo de historias "el amor" es solo un chivo expiatorio que sirve para absorber razones mucho más oscuras y complejas. Es verdad que Francisca se sentía muy bien, muy cómoda en compañía de Iker, pero también es cierto que, con respecto a eso, la sensación era tanto o mejor con Rubén. Una tesis más adecuada con respecto a la operación aquí efectuada, desde aquella noche en el puticlub, es que Iker se desplazo consciente o inconscientemente, con sus absurdas conversaciones y su misteriosas y racionalmente insostenibles aventuras, de tal forma que logro fundirse con aquel viejo y vetusto concepto de amor que Francisca había albergado y protegido desde su niñez. Esto quiere decir que probablemente ella pudiera estar enamorada, lo que quiera que eso signifique, de Rubén o de cualquier otro, sin embargo Iker, el pequeño Iker, representaba el concepto amor en sí, un ideal. "Tu eres el insustituible protagonistas de esta novela que ha sido mi vida" le diría ella a él una noche de literatura, música, vino y confesiones exageradas.
Ella se mudaría a un año después a Santiago junto a Julía, a la comuna de La Pintana, donde trabajarían juntos en proyectos sociales, cuando Iker todavía no se titulaba de sociólogo. Cuando Iker fue atrapado por la policía y recibió condena, Francisca decidiría mandar a Julía ya de 9 años a estudiar en un internado en Concepción, ella la visitaba todas las semanas. Buscó trabajo vendiendo seguros de vida donde le fue mejor que regular y se mudó a un departamento al centro de santiago, cerca del barrio Yungay, donde esperó a Iker hasta que este obtuvo su libertad.

sábado, 23 de octubre de 2010

2013

Y pensar que esto ya tiene casi una década y ahora, recién, le encontré un significado, o una utilidad quizás... por lo menos, seguro que sí, un contexto .

(mhr mintiendo en fb)

Y pensar que ya había pasado casi una década desde aquel medio día soleado en Concepción en que en una orilla de la carretera después de haber aprendido una par de importantes lecciones, Iker vio un ángel. Sin embargo aquella mañana todo ese recuerdo aun le parecía tan nítido mientras dormitaba en el agua tibia de la tina, después de haber corrido más de cinco kilómetros y descansado fumando marihuana.
La ventana del décimo piso, muy grande para ser de baño, estaba abierta y el sol iluminaba todo aquel lugar. Iluminaba el agua sobre la tina en que Iker estaba, la que se había derramado en el piso y la que estaba en los grandes maseteros de las plantas que adornaban en ese baño y al parecer habían sido recién regadas. Una musiquilla agradable y desconocida se escuchaba a la distancia desde la calle.
Se levantó y se puso los pantalones. Salio del baño y entro en lo que era eventualmente su dormitorio. Las cortinas estaban cerradas y la mezquina luz que las vulneraba se concentraba en la silueta desnuda de Francisca acostada, dándole la espalda, sobre la cama; el color de su hombro, su espalda, su trasero, sus piernas y sus pies lo iluminaba todo.
Se la imaginó, así desnuda, regando las plantas que tenía en el baño, como lo había hecho asía no más de media hora. Se excitó; como siempre lo seguía haciendo después ya de los siete años que llevaban juntos. Se tentó en ir a acariciar esa silueta que se asomaba sugerente y caprichosa, pero ya había hecho ejercicio y se había bañado. Solo la contempló un segundo más para pensar en lo feliz que debería sentirse por tenerla a ella como esposa si no fuera por el hecho de que no podía dejar de ser un prófugo ni por un segundo y en más de un sentido (supongo que más de alguien entenderá)
Se puso la camisa, los zapatos, el jockey y salio del departamento. Caminó por las angustiadas y amordazadas calles de aquel Santiago. La reciente ola de suicidios de esa época había producido un hedor metafísico, o imaginario pero claramente perceptible. Cuál más cuál menos, él era parte de una generación a la que la unía un latente dialogo en suspenso, un compromiso ineludible, con el espíritu de suicidio.
Ese espíritu se desplazaba sigilosamente por las calles y plazas preferentemente cercanas a la Estación Central. Juguetón, iba de persona en persona no solo susurándoles a los oídos, también helándoles la espina dorsal y tensandoles los nervios de la cabeza y cara.
Los diarios se amontonaban en los kioscos porque un dejo de decepción y desconfianza hacia los medios oficiales caracterizaba esos años. Cada quien se recriminaba así mismo y también un poco a los demás el haber sido engañados, en cierta medida. El haber creído, por tantos años, para algunos, que esa era democracia, o el haber creído en la democracia en sí, para otros. Para los fines es lo mismo, se habían sentido cómodos, dejaron pasar tantas cosas, y por eso ahora debían lidiar con toda clase pesadillas y con la amenaza de un futuro incierto.
Por mientras él se escabullía por calles aledañas sin ningún sentido, sólo con el fin de despistar a sus acechadores, aunque sabía que por mientras, todavía serían inofensivos. Se movían como sombras, se los encontraba en cada esquina disfrazados de cantidades de forma. Lo monitoreaban todo el tiempo, esperando un paso en falso de su parte. Aunque se sentía preso por momentos, poseía la experiencia, astucia e intuición para darse cuenta como se movían sus acechadores y que pasos no debería dar. Todos los días el ritual se repetía. "Tarde o temprano encontraría la forma de burlarlos" pensaba.
Recién al medio día, cuando ya se había nublado, se atrevió a cruzar la Alameda. Un Hombre alto y de lentes oscuros estaba del otro lado "oh, son tan estúpidos" pensó y saludó al hombre haciéndole una reverencia y regalándole una sonrisa irónica. El policía solo desvió la mirada.
Entró por las calles que iban hacia el oriente esperando que en cualquier momento sus acechadores irrumpieran; ya los había provocado, ahora deberían saber fehacientemente que él estaba al tanto de su treta; era solo cosa de tiempo. Llegó a una plaza donde se sentó a aguardarlos.
Pasaron unos quince minutos y se levantó para volver al departamento y justo en ese momento escuchó que alguien lo llamaba: "Iker, Iker". Giró y vio a una niña que le pareció en el momento no mayor de 17 años, cabello castaño, tez clara y ojos con signos de sueño. Llevaba unos pantalones de buzo y unos calcetines chilotes por sobre ellos. Solo la miró extrañado intentando recordar de donde podía conocerla, pero antes de que pudiera decir algo, se le acerco y le tomo el brazo derecho y miró la palma de su mano como si fuera a leerla, pensó que era una gitana o algo por el estilo, así que iba a decir que no le interesaba ese tipo de servicio, pero justo en ese momento sintió un impacto como de electricidad y quedó paralizado. Intentó sacudirse como pudo, pero solo podía mirarla a ella que estaba con los ojos fijos en su mano. La vista se le empezó a nublar y con lo ultimo de fuerza logro dar un débil alarido y perdió completamente el conocimiento.
Cuando despertó ya era de noche y estaba sentado en un paradero muy cerca del departamento donde vivía. Conservaba el reloj y la billetera, comprobó. Se levantó y le dio una patada a uno de los pilares laterales del paradero solo para aliviar la impotencia. Se sintió vulnerado, no esperaba un ataque como ese. "¡una niña! -pensó- esta vez fueron más lejos de lo siquiera imaginable!".
Cuando entró al departamento se percato de que Francisca ya estaba durmiendo. Iker se metió en la cartera de ella y sacó el teléfono y le conectó unos articulares grandes, busco la marihuana y se la fumo escuchando una música gitana mientras miraba por la ventana. Se quedo ahí toda la noche observando los autos, muy preocupado por las nuevas técnicas de sus perseguidores. Miraba los autos en la calle si alguno le parecía sospechoso y realmente todos o ninguno; le habían dislocado la intuición.
Cuando amanecía sintió los pasos Francisca y el sonido de la ducha, ella salió hacia la sala donde estaba Iker, ya iba vestida como para trabajar.
-¿A que hora llegaste anoche?-preguntó Francisca- No te sentí.
-Sí, se me hizo tarde conversando con algunos excompañeros de la U con los que me encontré -mintió sacándose los auriculares, manteniendo la vista en la calle.
Ella solo suspiro insinuando incredulidad y dijo:
-Oye, hable con una amiga de la pega -cambió de tema-, el esposo de ella trabaja en esa ONG que te había contado y dice que ahí necesitan sociólogos; así que si me pasas un curriculum...
-No tengo nada impreso ahora -interrumpió siguiéndola con la mirada mientras ella se hacía un café.
-Mándamelo al correo ahora, desde el celelular -concluyó apuntando el aparato que tenía en las manos.
Iker asintió con la cabeza pero no lo envió.
Francisca termino su café y se despidió de él con un beso.
Cuando ya se encontraba solo, Iker pensó que mejor sería irse del departamento. Por su seguridad y sobre todo por la de Francisca.

domingo, 17 de octubre de 2010

Sobre la Fe

El mundo se ha ido

tengo que llevarte en brazos (Paul Celan)

Alguien podría pensar que Cristóbal experimentó resignación, que había dado por perdidas a su amada y a su hija, como si eso fuese posible. Lo que realmente le pasó a Cristóbal es una sensación mucho más antigua y olvidada. No una disfunción de la mente como la neurosis, más bien un estado de excepción como el deja vù. Es la fé. A pocos les pasa esto en nuestro tiempo, solo a algunos soñadores e idealistas. Se trata de hacer de lo futuro una sensación presente; o sea, se siente que aquello que va a pasar como si ya hubiese pasado en otra dimensión distinta al tiempo y al espacio. Se desea tanto algo que llega al punto de ser una carga sobre los hombros, que en un momento determinado es quitada. Se acaba toda duda, se van las contradicciones y se recibe lo esperado en otra dimensión de la conciencia. En este caso ni siquiera había sido necesaria toda aquella conversación. Cuando Cristóbal escucho Luz otoñal, lo supo; no podía ser de otra forma. Estarían juntos. De esa manera, semanas después cuando se enteró de que Vivianne y Víctor habían terminado su relación, no hizo nada, ni siquiera se alegró más de lo que ya estaba, como si lo que tanto anhelaba ya estuviese con él en otra dimensión. Portaba a Vivianne y a Daniela el los brazos del espíritu. Cuando caminaba por los parques, en lo cerros, en las calles, en las micros, siempre estaban con él, en él.

Fue un día de septiembre en que el viento soplaba suave y calido en el Parque Ecuador, en que Vivianne encontró a Cristóbal dibujando, sentado en su puesto habitual. Ella se acercó. «Hola Batito», le dijo. Llevaba a Daniela en un coche.

Cristóbal le pidió que se sentara con él. Hablaron de pintura durante una media hora y Vivianne dijo que se iba. Él empezó a ordenar sus cosas, para irse. Ella le dijo que no era necesario. Él insistió. En el camino hablaron de libros y música. Finalmente ella le dio su teléfono, para seguir conversando.

Al día siguiente Cristóbal la llamó. Hablaron una hora aproximadamente. Fundamentalmente de viajes que habían hecho y que pensaban hacer. De playas, de desiertos de paisajes y de Walt Whitman. Él terminó invitándola a su taller, del que ella ya había oído hablar; quedaron al otro día en la plaza. Ella nunca llegó. Él la llamó y ella le dijo que había estado ocupada ese día y al día siguiente también lo estaría. Él sabía que no era cierto, pero insistió y la llamó al tercer día. Ya Vivianne no tenía más excusa.

Ahí estaba, sola con Cristóbal en aquel lugar. Hicieron el amor. Fue muy distinto a aquella primera vez, en que él estaba muy nervioso y ella muy drogada. Simplemente se miraron y sabían sin planearlo que pasaría. Él la miró inquisitivo como esperando una respuesta sin preguntar. Ella agachó la cabeza. Él se acercó lentamente y puso su frente en la de ella, acarició sus brazos desnudos. Ella apoyo sus manos en la espalda de él, como si fuera un pilar o un muro sobre el cual descansar todas sus dudas y confusiones. La besó y cayeron al colchón que estaba todavía en el suelo. El la desnudó de manera perfecta, como si sus manos conociesen cada hendidura, cada irregularidad de su cuerpo de toda la vida. No tuvo tiempo para dudar, cuando ya estaba entregada en cuerpo y alma. Como si realmente fuese cierto aquello de las simetrías de las que hablaba Cristóbal. Pensó Vivianne.

Su cuerpo estaba junto a Cristóbal, su cabeza sobre su pecho, mientras Cristóbal fumaba y le contaba cosas que inventaba. Cosas sin mucho sentido. Ya no hacía falta el sentido entre ellos. Ella en cambio temblaba y no de felicidad; tampoco de arrepentimiento, sino de miedo de aquel que estaba a su lado. No se trataba del amor tampoco. A estas alturas lo único que sabía es que no sabía que significaba aquello. Solo que intuía que la persona que ahora estaba a su lado había empezado algo en ella que no podría revertir, algo que nadie más iba hacer por ella. Intuía que él había resuelto con el destino lo que finalmente había pasado.

Cuando al fin Cristóbal se durmió, ella se levantó, se puso la camiseta lila de Deportes Concepción, que estaba sobre un velador, caminó descalsa por una suave y tibia alfombra, miró los cuadros. Hipnóticos. Fue lo primero que pensó. Miró el conjunto de los cuadros y sintió aquello que Cristóbal ya había pensado, esa continuidad temática en los cuadros. Le aterro esa idea, sintió que en Cristóbal había algo de verdad raro. No pudo evitar sentirse como una mosca atrapada en una muy extraña y onírica telaraña, que era ese lugar. Estaba segura de que en el tiempo el terminaría por derribar todas sus defensas, las que la enfrentaban con el mundo incluso con ella misma. Cristóbal era parte de su vida, de su madurez. Era la oportunidad que la vida le había dado para reconciliarse con el mundo y con ella misma. Aunque estaba lejos de creer en todo lo que decía Cristóbal sobre las simetrías, el destino y todo eso, en eso si tenía razón; ellos dos se atraían mutuamente, sus almas y cuerpos no soportarían el paso del tiempo estando cerca sin estar juntos. En eso pensaba cuando el equipo de sonido se prendió sólo, por un asunto de programación o algo así. Lo milagroso o mágico es que escuchó en ese momento, en ese lugar, junto a aquel hombre, la música más hermosa e hipnótica que creyó haber escuchado jamás. Era King Crimson. Walking on air.

Después de dos meses Cristóbal consiguió trabajo en la Universidad de Concepción en un proyecto de investigación arquitectónica. Inmediatamente arrendó un departamento donde se llevo a Vivianne y a Daniela. Ella empezó trabajar en una revista de Teoría crítica y contingencia, en la que Cristóbal también escribía de vez en cuando, sobre cartografía y Genealogía urbana. Vivianne también comenzó a trabajar con un equipo, en diversos documentales, críticos del desarrollismo irreflexivo y el neoliberalismo.

Por su parte Cristóbal insistía en leerle a Daniela libros de filosofía, pese a que a Vivianne no le gustaba. Ella prefería la poesía. Cristóbal decía que daba lo mismo, lo importante era el tono en que se leyese, si total de todas formas iba a entender lo mismo Hannah Arendt o Violeta Parra. Aunque en su fuero interno quería que ella creciera con la filosofía y la poesía en la piel, que supiese, a diferencia del general de los padres, aquello que él y Vivianne ya sabían. Que los sueños y las utopías solo existen para hacerlos realidad. Que finalmente, pese a todo, somos libres y es posible cambiar las condiciones facticas de la existencia; si no nos gustan, si lo deseamos y si luchamos por ello.