...Después me fui a sentar a un banco de la plaza a pensar en que hacer. Estaba claro que me iban a echar de la pensión en un par de días y no tenía de verdad muchos planes para el futuro. “Tal vez Eric tiene algo en mente. Por extraño que suene”, Pensé.
Lo llamé y conversé con él un rato.
–¡Buenas Iker! ¿Cómo estás? –me dijo desde el teléfono.
–Bien, ahora estoy en Chillán. Sin mucho que hacer además de darme vueltas por la plaza y leer libros usados.
–¡¿En Chillan?! ¡Yo estoy en Conce huevón, vente al tiro! Acá estamos como reyes tenemos de todo.
–¿Tenemos? – dije pensando que estaba con alguna mujer.
–Estoy con el Gato y un viejo penquista que es nuestro jefe y con el que vivimos. Llevo como dos mese viviendo acá.
–¿El gato? –pregunté. Pensé un segundo y recordé que así le había llamado alguna vez Orlando a mi viejo amigo Alfonso –. ¡Alfonso! –exclamé–. ¡Estas con Alfonso!
–Así es –me contestó.
“Genial”, pensé. Aunque no sabía en que estaban y no quise preguntárselo; no quería saberlo por teléfono. Así que sin más fui a empacar mis cosas y volví al Terminal de buses para comprar mi pasaje e ir al encuentro de mis camaradas.
Llegado al terminal tomé un taxi hasta la dirección que me había dado Eric. Era una calle muy vacía, muy ancha y sin nada de vegetación, ni siquiera un árbol. Era un día de finales del invierno como agosto pero había sol y hacía calor. Caminé con mi mochila y mi bolso, entré esas polvorosas calles hasta llegar a un gran galpón. Estaba vació. Era todo color gris y plomo. El sol golpeaba sin resistencia sobre el concreto del piso, las paredes, la árida y polvorosa tierra, las arenosas y brutas estructuras incoloras. Si acaso había en algún lugar una planta, un árbol o un intento de vegetación contra la tiranía de ese desierto, solo hacia ver más árido aun ese paisaje.
–¡Oiga! ¡¿Qué anda buscando?! –dijo a la distancia una mujer desde la ventana del segundo piso de una pequeña casa que se encontraba a un costado del galpón.
–¡Hola! ¡Busco a Eric! –le respondí.
–Ah, espere –dijo cambiando de expresión, a una más amable.
Al rato salió de la misma casa Eric. Vestía con un overol de mecánico azul, con la parte de arriba sacada, colgando. Solo con una polera sin mangas.
–¡Iker, que bien te vez! –Hizo un gesto con su mano refiriéndose a la barba de candado que yo estaba usando – ¡Te he echado de menos!
–Hola. Gracias –dije mientras me abrazaba.
–Vamos. Mira, aquí esta el Gato.
Sacó de su overol un llavero circular, con muchas llaves. Abrió la puerta del galpón. Era un espació muy amplio, con muchos autos, todos muy modernos. Caminamos algunos metros entre los autos hasta llegar al lugar donde estaba un Mercedes Benz. En el volante estaba Alfonso probándolo, haciéndolo sonar.
–Hola Iker, que alegría de verte –me dijo desde adentro del auto –. Espérame un minuto.
–¡Cómo estas Alfonso! –le dije a modo de saludo.
Se bajo del auto, me dio la mano y me preguntó.
–¿Ya almorzaste?
–No –le contesté.
–Vamos, que nosotros tampoco.
Fuimos hasta la casa contigua donde estaba la señora que vi a apenas llegué. La casa estaba pintada por dentro de un tono amarillo pastel, las ventanas eran muy grandes y todo se veía muy iluminado. En el primer piso estaba el baño y uno comedores a los que no les hallé mucho sentido. En el segundo piso estaba la cocina y la mesa en que nos sentamos. La mujer estaba parada en la puerta de una habitación. La saludé con un “hola, mucho gusto”. Le extendí la mano y me correspondió, se dio la vuelta y se metió a una habitación en que alcancé a ver de pasada una cama matrimonial. Se escuchaba desde ahí el sonido de un televisor con alguna teleserie brasileña de media tarde. Me extrañó un poco porque era día sábado.
Alfonso sirvió los platos con cazuela de vacuno y abrió un vino tinto que se veía bastante fino.
–Oye Alfonso ¿acá no tienes wisky? –le pregunté.
–En la casa tengo una botella –dijo sonriendo el viejo.
–¿Qué casa? ¿Donde están viviendo? –pregunté.
–En la noche vas a ver. No queda muy lejos. Mientras tanto come que vas a necesitar energía para más tarde –dijo Eric, que miro a Alfonso y ambos se sonrieron, de manera cómplice.
Me puse a comer en silencio y después de un rato Alfonso me preguntó:
–¿Sabes de mecánica Iker?
–No mucho –le respondí, con la boca llena y un pan en la mano.
–Acá vas a tener que aprender –dijo determinante.
–Está bien. No tengo problemas; pero cuéntenme de que se trata el negocio. Sean sinceros.
–No es la gran cosa –intervino Eric –. Solo arreglamos y refaccionamos autos robados. Yo conseguí la movida, conozco de antes al esposo de la señora esta –apuntó a la pieza donde estaba la mujer viendo telenovelas –, que es el encargado. Y se me ocurrió invitar al gato a participar. Se trata de arreglar, pintar, desabollar. Trabajamos para una especie de mafia del robo de autos de acá de la octava región. Nosotros solo arreglamos y devolvemos. –Hizo una pausa y dijo –: Espero a que no te pongas moralista a estas alturas del partido.
Me quedé callado un rato, y dudé. No me gustó mucho la idea, pero pensé: “no tengo muchas opciones, ya llegué a este punto. Que sea lo que tenga que ser”.
–No hay problema Eric –dije serio después de la pausa.
Después comenzaron a preguntar por mi vida. Qué había hecho en todo este tiempo. Les conté algunas cosas a grandes rasgos de mi paso por Chillán. No todo, omití algunas cosas que me parecieron que no venían al caso como el porque había tenido que renunciar a la librería y a la iglesia. Ya había usufructuado demasiado de esa historia y de la pobre Pamela.
Cuando ya estábamos tomándonos el café y los tres fumábamos unos habanos que a Alfonso le habían enviado desde cuba, a los que no me quise negar. Les pregunté directamente:
–¿Y no hay planes de hacer algún “movimiento” como el de San Antonio? –Tenía que preguntar, después de todo era la verdadera razón del por qué estaba ahí.
Alfonso sonrió.
–Iker se volvió un adicto a la adrenalina –dijo dirigiéndose a Eric que dio una carcajada –. Algo hay. Tengo algunos contactos pero todavía nos les puedo adelantar nada –dijo Alfonso.
–¡Qué huevada Alfonso! –levanté la voz enérgico –. ¡Hasta cuando con esa desconfianza! Inclúyenos. ¡Bájate de tu pedestal huevón!
–No es desconfianza Iker –dijo en tono incoloro y extremadamente serio –; pero un buen estratega tiene que saber como manejar a su equipo. Si les cuento ahora solo terminarían acumulando ansiedad. Y tú Iker, tú en especial, eres demasiado impulsivo, te obsesionas y te desenfocas muy fácilmente ante la presión. Te falta mucha frialdad. Lo que podría ser fatal para nuestra causa.
“De que causa estará hablando este loco”, me dije. Pero no quise seguir discutiéndole. No iba a ganar nada, pensé, sería solo gastar palabras, hablarle al viento.
Fuimos a la casa donde estaban viviendo. Era una casa increíblemente parecida a la que Alfonso tenía en Cartagena. De estilo clásico. Yo me duche y ellos que se habían bañado en el taller solo se cambiaron de ropa. La ropa era cara, se notaba que les estaba yendo bien, pensé. Alfonso usaba un traje formal, negro entero y Eric, no se veía muy distinto, pero a él no le quedaba el estilo, era muy joven para el estilo, que a mi me parecía, terrorista internacional; parecía más que iba a una fiesta de disfraces. Obviamente estaba ya demasiado influenciado por el viejo. Alfonso podía sentirse orgulloso, pensé; ya tenía un lacayo.
–¿Van a salir? –les pregunté.
–“Vamos a salir” –respondió Eric incluyéndome –. Es la sorpresa que te tenemos.
Sin cambiarme de ropa los acompañé. Vestía simplemente unos jeans y un polerón canguro negro.
El lugar no era muy distinto a lo que me había imaginado. Era un puticlub como los de las películas, pensé. Con luces de colores y cortinas de terciopelo rojo con flecos y todo lo demás. Dentro de ese contexto las apariencias de Eric y Alfonso, que me parecían de cafiches, no desentonaban para nada con el lugar.
–¡Traigan a
–Esta indispuesta –dijo una de las mujeres sentada en las piernas de un viejo más o menos gordo, padre de familia promedio, me pareció.
Alfonso estaba junto a una mujer que aunque era la mayor, me parecía la más atractiva del lugar. Se veía que ya tenía una relación de amistad más o menos profunda con Alfonso.
–¿Este es tu hijo? –preguntó la mujer.
–No, es mi amigo –contestó el viejo –. Ya te hablé de él, el que te dije que era especial para
–No te preocupes –intervine, tratando de salir del paso –. Yo busco solo si hay alguien que me guste.
Me ignoraron y se fueron. Ahí me quede observando a la gente y a las mujeres. Odié ese espectáculo. Vi a Eric conversando con varias de las chicas. Las hacía reír mucho. Él no necesitaría pagarles pensé. Lo estaba viendo en su esencia, estaba hecho para ese ambiente.
Una mujer que me pareció un poco pasada de peso se me acercó y comenzó a ofréceseme.
–No. Estoy esperando a otra niña –le dije.
Hizo como si no me hubiese escuchado y me preguntó si le quería tocar los pechos. Me negué y le pregunté donde podía conseguir un wisky. Otra vez hizo como que no escuchaba.
En eso estaba cuando llegó la mujer que estaba con Alfonso hacia un rato. Venía acompañada.
–Anda a atender a otro cliente –le dijo a la que me acosaba –, Este esta ocupado –y se fue.
»Este es el amigo de Alfonso –dijo esta vez dirigiéndose a la niña que venía a su lado. Los dejo para que se conozcan.
Era de unos dieciocho o diecinueve años, tal como yo; tez blanca, cabello castaño claro, ondulado y ojos verdes; vestía con zapatillas negras como de ballet, jeans y un polerón de canguro verde y no usaba maquillaje; se veía totalmente disonante con todo ese ambiente. Pequeña, delgada, frágil al punto de producirme una conmoción en pleno corazón con su fragilidad.
–¿Cuál era tu nombre? –me preguntó sacándome de mi estupefacción.
–Iker –le respondí nervioso –. Mi nombre es Iker.
–Ja, ja, ja –rió –. Que chistoso nombre.
–Si, es un poco raro –le respondí.
–¿Y a que te dedicas? –me preguntó.
–Estudio sociología – mentí.
–Pero que interesante –lo dijo riendo en un tono más o menos irónico, me pareció –. ¿Y estudias acá en Conce?
–Sí… Oye no necesitas hablar de estas cosas con migo. No soy tan latero como te imaginas. –la miré con miedo a su reacción.
Solo se rió con ganas.
–No, si no creo que seas latero –me aclaró –. Pero se nota que eres distinto a los hombres que vienen siempre a este lugar. Pero ¿qué se te ocurre entonces? –preguntó.
–Por lo pronto sácame de aquí, no me gusta este ambiente.
–¿No? Yo ya estoy acostumbrada -dijo con cierta melancolía.
–Disculpa, no te ofendas. Lo dije sin pensar.
–No te preocupes ¿Te parece que vallamos a una de las piezas al tiro? –me preguntó.
Lo dudé un segundo pero finalmente accedí.
Ya en el lugar pase al baño. Me miré al espejo. Eran demasiadas las sensaciones. Para empezar tenía miedo, por otro lado no era la forma, así no debería ser mi primera vez y por ultimo: ella no me parecía de ninguna manera una puta. Era más una princesa. Pero “a veces un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer”, me dije.
Salí del baño y ella estaba tendida en la cama, sin el pantalón y pero con las zapatillas, el polerón y unas pantaletas blancas. Mostrándome sus suaves muslos blancos.
Me miraba y se reía. Sonreía, pero de vez en cuando soltaba unas pequeñas risitas infantiles.
–No estás ebria –le dije –, pero algo tienes ¿Qué te tomaste?
–Nada –respondió con una mirada infantil.
–¿Qué te tomaste? –dije con voz seca y séria, como entrando en su juego.
–Hongos –dijo de manera más juguetona aun.
–¿Te quedan?
Sólo sonrió.
–¿Donde están?
Abrió el cajón del velador, y sacó un plato con un olor muy fuerte. Todavía se veían tibias aquellas cosas blancas que estaban sobre el plato. Me senté en la cama y ella extendió el plato hasta ponerlo justo frente a mí, y tomé con las manos un pedazo de hongo, y me lo metí a la boca. Su jugo se deslizó por mi paladar hasta llegar a mis amígdalas. Tragué saliva para deslizar la espesura tibia que se acumulaba en mi garganta.
–¿Esta rico? –me preguntó.
–No tiene sabor –contesté.
Ella se comió otro, me miro y sonrió con los ojos mientras masticaba con la boca cerrada.
–¿No será mucho? –le pregunté.
–Es para emparejarme contigo –dijo.
Me fui a revisar unos discos que estaban junto a una radio portátil con lector de compactos.
–Tango, bolero, no lo conozco... -dije en voz alta –. Eres una puta con buen gusto –concluí.
Me lanzó una botella plástica vacía que estaba en el velador, me dio justo en la cabeza.
–No me digas así –dijo, y se largó a reír.
Yo solo la mire. No me gustó nada el exceso de confianza. Aunque yo me lo había buscado.
Entre todas esas cosas encontré el disco de la banda sonora de alguna película mejicana que no conocía y lo coloqué. Me senté en la cama y dejé pasar los primeros dos temas pensando que estaba en el efecto. Ella bailaba en la cama de manera sensual. Yo estaba, más bien, sugestionado pero cuando sonó el tercer tema, el principal, vino el golpe verdadero, los músculos de la cara se me tensaron, las pupilas se me dilataron de golpe dejando pasar un cúmulo de luz que parecía llevar años intentando entrar en mí, desde mi infancia que no veía el mundo así, sentí. Un calor súbito me sobrevino como desde la medula de la espina.
Sin poder contenerme salté de golpe sobre la cama. Tomé a la niña entre mis brazos me di un par giros como bailando y di un saltos desde la cama hasta el suelo con ella entre mis brazos. Sentí mis piernas caer, firmes y contundentes; y luego, como si el tiempo se detuviera su piernas frágiles cayendo y cediendo contra el piso. Se desplomó.
–Perdona –le dije, con la cara ardiendo en llamas, de pura vergüenza –, no pude evitarlo.
–Ja, ja, ja –se rió –. No importa.
Siguió dando giros por toda la habitación. Yo me senté en un mueble y la contemple. Verla ahí bailando sola me parecía un sueño.
–Podríamos salir de acá –le dije sin pensar realmente lo que decía.
–¡Buena idea! –exclamó ella después de detenerse encima de la cama y pensar un poco.
Desconectó la radio y salió de la habitación, sin siquiera ponerse los pantalones.
Yo me quede estupefacto, pensé por un minuto que simplemente se había arrancado, pero luego la seguí. Todavía el lugar estaba lleno de gente, corrí entre ellos siguiendo el sonido de de la voz de Julio Jaramillo que sonaba en la radio, que era a pilas. Me metí entre la gente hasta encontrar una pequeña cocina y en el fondo una puerta. La abrí y me vi en un jardín grande, al final de él había una cancha de tenis. Caminé hasta ella pero antes de llegar me percaté que aun costado había una piscina armable, como de un metro de altura. Donde estaba Xisca, como la llamaban. Sentada en el pasto, con las piernas desnudas envueltas en sus brazos.
Corrí hasta donde ella estaba y ella se levantó y corrió también hacia mí. De un salto se colgó de mi cuello y me besó en los labios. Mientras yo giraba varias veces con ella entre mis brazos, jugando a ser protagonistas del final de una película de amor cualquiera. Cuando me detuve ella siguió abrazada a mi. Sonaba en la radio la clásica Bésame mucho.
Un rato más tarde, cuando yo estaba sentado en el pasto con su cabeza en mis piernas y mirando las estrellas que se reflejaban en sus grandes ojos verdes. Apagué la radio.
Me miró extrañada.
–No quiero más música –le dije –. Estoy demasiado atraído por todo. ¿No sientes como que algo te estuviese llamando? Las cosas mismas. La música lo único que hace es desviar la atención. Todo lo que vemos, los colores los espacios y las formas son impactos de luz que repercuten en nosotros. Antes la gente pensaba que todo era continuo, que las cosas eran siempre de una manera determinada. Pero no es así. La luz es intermitente, una vibración, una pulsión, un latir como el de tu corazón –dije mientras le tocaba el pecho –. Las estrellas, la noche, el pasto, tú; son todos ritmos, es todo música y aquí contigo ya no necesito música. La musicalidad de tu mirada me basta.
–¿Mi mirada? ¿Qué es mi mirada?
Sonreí; y lo hice porque sentí que ella había comprendido.
–Luz descarriada –contesté.
–Sí –dijo sonriendo –. Eso es –y cerró los ojos –. Dime más.
Continué inventando cosas para decirle, estimulado por el alucinógeno, durante toda la noche, como nunca lo había hecho.
Ya en la habitación dormí, pero la efervescencia de los hongos todavía presentes me despertó.
–¿Qué puedo hacer? –dije en voz alta pero dirigiéndome a mi mismo. Pensaba en mi futuro y en cosas personales.
–No lo sé –respondió sorpresivamente Xisca, que yo pensaba se había quedado dormida acurrucada a mi lado –. Si no quieres bailar, no quieres follarme, no quieres nada. No se me ocurre.
–“Yo no seré un amante pero tu tampoco eres una bailarina” –dije riendo.
Ella levantó la cabeza y me miró de forma interrogativa, pero con un dejo enfado.
–¿Tú quieres que te folle? – pregunté.
–Esa es una pregunta injusta Iker –dijo mientras volvía a apoyar su cabeza en mi pecho –. No sé si te das cuenta de la situación en que estamos.
–No quiero –le dije –, aunque si tengo ganas. Sería mi primera vez –volvió a levantar la cabeza y me miro con sorpresa – y no es así como quisiera hacerlo. Además de que tú misma te enojaste cuando te llamé puta. A mi no me lo pareces.
–Lo soy –dijo.
Me dediqué el resto de la noche a acariciarle el cabello, hasta que nos dormimos.
Cuando desperté estaba debajo de una frazada, que ella había puesto para el frió. Ella se había quitado el polerón y solo la cubria una liviana polerita sobre el sostén.
Me levanté, cuestionándome el no haberle hecho el amor a esa niña. Fui al baño de la pieza a lavarme la cara, no quise salir de la habitación. Con mis dedos acaricié su cara durante algunos minutos hasta que se despertó.
–Tengo un problema –le dije susurrando mientras ella abría los ojos –. No tengo ni un peso.
Sonrío sin abrir lo ojos y se acurrucó en la cama.
–¿No sabes? –me preguntó.
–¿Saber que?
–Ustedes no pagan. Ninguno de los tres. Por orden de Isabel, la mujer que nos presentó. No sé muy bien que relación tienen ella con el Gato, pero el se atiende solo con ella. Tú amigo Eric tampoco, por la orden, y además aquí a todas nos gusta, es súper simpático y atractivo –concluyó, cerrando los ojos y acurrucándose aun más.
–¿Has estado con Eric? –dije en un impulso de celos y envidia –. ¡Que pregunta! obviamente sí –me autorespondí.
Sonrió, todavía con los ojos cerrados y dijo sin inmutarse:
–No, nunca. No por falta de ganas. Lo que pasa es que el Gato e Isabel lo prohibieron. Desde que me vio creo que me eligió para ti.
–Que extraño –dije. Y me fui al baño de nuevo.
Cuando salí le pregunté.
–¿Todavía te quedan honguitos?
–Sí ¿Por qué?
–Pensé que podríamos juntarnos mañana en la mañana para conversar, no sé, en los pastos de la universidad. Y ahí podríamos comernos otro.
–Sí, por qué no –dijo ahora sentada en la cama. Y me dio una dirección, para que nos juntáramos.
–Y otra cosa ¿Cuál es tu nombre? –pregunté.
–Francisca, aunque los más cercanos, me llaman Xisca. Y tu no te llamas Iker ¿cierto?
–Sí, ese es mi nombre. Iker –contesté.
Me fui feliz hasta la casa caminando. Algo me había pasado, me sentía como otra persona, como que había dado un paso, subido un escalón en mi madurez, pese a no haber hecho el amor esa noche.
Al día siguiente la esperé, donde ella me había dicho. Me había arreglado; hasta colonia de Eric me había puesto. Pero ella nunca llegó. Ahí se reventó el globo. Pensé en que éramos sencillamente diferentes, que no había futuro entre los dos; ¿qué era lo que me había imaginado?; y ella también lo sabía de mucho antes.
Mientras volvía a la casa peleaba mentalmente con Alfonso. “Viejo maricón, viejo tonto”