miércoles, 30 de marzo de 2016

Vover a escribir

Son tiempos oscuro para esta región vacía y distante de la riqueza, de la belleza y de la lucidez. El escritor camina al amparo de sombras titilantes, incansables, insomnes... Inseguro, cabila, se estremece, se retuerce, intenta llorar, intenta sentir una chispa que encienda quizás una pequeña llama, un ligero contacto, una efímera visión, una leve sensación de lo verdadero o de lo original, de lo que que se esconde tras los velos de las muecas, de las posturas, de todo lo que se hace por compromiso con acuerdo a putrefactas instituciones. Como en busca de un tesoro escondido hace décadas, escarba en un jardín de su infancia y lo único que haya son objetos sin significado, sin relación alguna unos con otros, nada tiene sentido, todo parece ser parte de un sueño absurdo que se ha extendido por incontables noches, demasiadas noches, un sueño del que siente no podrá volver. Al fin bebe un trago de wisky para refrescar sus inconducentes esfuerzos por tener pensamientos lucidos e intenta leer un poco más una vieja novela antes de que la noche y sus sombras guardianas se lleven la última reserva de su capacidad de atención y placer que haya en este frío y oscuro camino.
Palabras, son solo palabras las que lo atormentan las que no pueden salir. Palabras tan solo palabras, pero que arden, que le queman el vientre, la garganta, las manos. Quieren salir, ser libres, ser hermosas, resplandecer, consumirse en la vida, en el mundo, en el eterno retorno, pero se lo impide toda la estructura verbal, gramatical, toda la historia del arte literario. Las incontables y maravillosas formas en que las palabras nacen, se relacionan, se aman y muren son un laberinto para el escritor que desfallece que ya no tiene fuerzas para nadar.