La cuestión es la pretendida objetividad. Usar un cierto lenguaje que esquive la interpretación y el juicio critico sobre un asunto tratado. Mera descripción. El "qué", "el porque", "el cómo y el cuándo" (o algo así). Suponiendo que se pudiera ser realmente objetivo, lo cual es una discusión de larga data, este tipo de lenguaje sería un objeto tan veraz como lo es una fotografía. Una fotografía es una prueba incontrarestable de que un hecho sucedió, sin embargo el contenido y el valor de esta no se encuentra solo en lo que muestra sino también en lo que no muestra, porque se enfoca en un punto especifico y no en otro que pudiera ser tan real y relevante para hacer un juicio y para el hecho investigado como el punto en el que en ese momento se decidió situarse.
Lo que intento decir y hacer es romper en mi vida diaria con este paradigma de interpretación, cuestionar los medios masivos de comunicación, escuchar, leer escudriñar los diferentes puntos de vistas de una realidad que me interese. Explicitar en lo que diga y escriba cuales son las principales ideas sobre el temas al que me refiero y una vez hacho este ejercicio exponer con claridad cual es mi punto de vista, eso se llama honestidad intelectual, ir de frente, explicitar con fundamentos el propio punto de vista critico.
Una ciudad es, desde luego, un producto, un objeto, pero ¿de qué índole? Ciertamente no es, solo, el resultado de una praxis social. La ciudad es un ámbito donde se advierte a lo o humano pues involucra una praxis que configura sentido, que ordena, que asimila, reparte a los hombres dentro de la ciudad concreta, es decir, dentro de un orden, que es la metonimia de una ciudad infinita, la cultura. (Juan Samuel Lopez Muñoz.)
viernes, 22 de abril de 2016
viernes, 1 de abril de 2016
Saúl Bueno
Saúl
es un hombre de 27 años, de alrededor de un metro ochenta de
estatura. Delgado, actualmente luce una negra barba que contrasta
con su pálida piel, sus ojos azules siempre tienen expresión
triste, lo cual se suma al hecho de que hace mucho nadie lo ve reírse
a carcajadas, raras veces sonríe, casi siempre por cortesía y cuando
algo le parece muy gracioso.
Es
percibido como alguien introvertido, tímido, silencioso, de
movimientos lentos; una persona en extremo pasiva, en resumen. Pocos
saben que a pesar de esta apariencia, Saúl es una persona con muchas
habilidades, un ladrón muy curtido, rápido y silencioso a la hora
de extraer una billetera de un pantalón, muy ágil para correr,
saltar rejas y panderetas cuando es necesario, y cuando no hay otra
alternativa ha demostrado que a falta de fuerza bruta --medida en
peso-- sus puños tienen una velocidad solo comparable con un púgil
profesional.
Hasta
los doce años de edad era un chico alegre, estudioso e hincha de la
Unión Española como su papá. Pero tras la separación de sus
padres Saúl tuvo que ir a vivir con sus abuelos, cambiarse a un
colegio municipal de bastante mala fama. Fue el día que llegó al
colegio, cuando los matones del curso trataron de darle la
“bienvenida”, que conoció a Hans Escudero. Lo defendió
rompiéndole la nariz a uno. Desde ese día se convirtieron en
amigos inseparables.
Cuando
cumplió quince años fue expulsado del liceo por trafico de
marihuana, constaba en acta, fue reincorporado. Dos años más tarde, unos matones
treinteañeros lo fueron a buscar armados al liceo por una supuesta
deuda. Aquel día Saúl saltó la pandereta y no volvió a entrar a
una sala de clases.
A
esa edad Saúl no solo era hincha de Colo-Colo, sino que además
cercano a la cúpula de la Garra Blanca, con cuyos miembros mantenía
negocios. Tras un partido fue que conoció a Karina, la polola de
Escudero. Ella y Saúl congeniaron al instante, por lo cual el dúo
de amigos se convirtió en un trio, esto duró un par de año más o
menos hasta que Karina se embarazó.
Diálogo
Saúl
había llegado recién a Santiago y esperaba en un bar cercano a
Estación Central, con una cerveza y una salchipapa aderezada con
mucho ketchup. Mientras miraba en la tele una noticia sobre la
captura en la frontera de unos narcos peruanos. Entró al local un
hombre vestido con el buzo de entrenamiento completo de la U de
Chile, en una mano llevaba un celular de última generación y un
collar probablemente de oro. Iba mesa tras mesa ofreciendo los
artículos, cuando tocaba ofrecer en la mesa de Saúl, el lanza lo
ignoró.
Saúl
lo llamó: ¡Chuncho...! ¡Ven acá!
Le
preguntó los precios y respondió que cuarenta mil pesos cada uno.
Saúl le dijo que quería ver el collar, que quería tocarlo, el
hincha de la U, respondió: “pasando y pasando”, mirándolo con
desconfianza, tras un silencio incómodo accedió a entregárselo.
Saúl desenfundó de su bolsillo los cuarenta y los puso sobre la
mesa el vendedor tomó el dinero y sin decir más se fue.
Miró
el collar y pensó que seguramente sería del gusto de Karina.
Mientras pensaba esto le gritaron al oído: “¡Qué pasa, Saúl!”,
de un salto de sorpresa exclamó, “¡hijo de puta, maricon no me
vuelvas a asustar!”, tomando a quien le había gritado en el oído
por el cuello. Era Escudero, que tomándole por el brazo que
apretaba su cuello desenfundó rápidamente una cortapluma y se la
acercó al pecho de manera que nadie en el local pudiera verla.
--¿Andaí
muy altera’o, maricón?-- Dijo Escudero.
Saúl
lo soltó y Escudero guardó la navaja.
--¡No
seaí hue’on, no podí reaccionar así! ¡Es una broma!
--
Ya, está bien.-- Dijo Saúl, para terminar de una vez con el tema
mientras pensaba, qué distinto sería si la broma la hubiese hecho
él.
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