martes, 27 de marzo de 2012

Putrefacción (Bukowski)

Últimamente me ronda este pensamiento: que este país ha retrocedido 4 o 5 décadas y que todo el avance social, los buenos sentimientos de una persona hacia otra, se han borrado y se han reemplazado por la vieja intolerancia de siempre. Más que nunca tenemos egoístas ansias de poder, desprecio por el débil, el viejo, el pobre, el desvalído. Estamos reemplazando necesidad con guerra, salvación con esclavitud. Hemos desperdiciado los logros, nos hemos deteriorado deprisa. Tenemos nuestra bomba, es nuestro miedo, nuestra condena y nuestra vergüenza. Ahora se ha apoderado de nosotros algo triste que nos deja sin aliento. Y ni siquiera podemos llorar.

Sobre la diversidad sexual.

Buenos días. Quiero aprovechar este medio para atreverme a hacer una humilde reflexión referida a los temas relacionados a la intolerancia actual. Un tema que, a mi criterio, es una enfermedad que va a estrangular cualquier tipo de esperanza de avance social que podamos albergar.
No me interesa hablar de cuestiones leguleyas, ni menos de cuestiones metafísicas que no son mi campo. Prefiero exponer desde la calidad del escritor culturalista que pretendo ser, para hacer una critica al argumento anclado en el naturismo de las relaciones humanas, especialmente sexuales. Probablemente no voy a hacer cambiar de opinión a nadie que se suscriba a este pensamiento, pero sí quiero hacer ver lo profundamente triste de esta concepción. Porque el pensar que las relaciones sexuales se agotan en el concepto de reproducción y en el coito, demuestra desprecio por los sentimientos y afectos humanos. Las lesbianas no pueden tener nada que pueda considerarse un coito en términos formales (y animales), los paralíticos y todo tipo de eunuco funcional, tampoco. Pero sí pueden tener relaciones sexuales.
El sexo es una necesidad humana inalienable, como el comer o el dormir. Un beso es solo un beso, y una caricia es solo una caricia y un coito es solo un coito, la mayoría de las veces. Pero aveces, son más que simplemente eso.
Las relaciones de pareja son una experiencia diversa y unica en cada caso, fundada en la búsqueda del ser humano de no estar solo, en la necesidad de experimentar algo más allá de la fría experiencia utilitaria de la vida, de experimentar amor, que es, lo digo a titulo personal, la experiencia más compleja y rica a la que podemos acceder.

domingo, 18 de marzo de 2012

Foucault, en las palabras y las cosas.


Durante mucho tiempo esta disposición fue constrictiva; y a fines del siglo XIX, Nietzsche la hizo centellear una vez más al incendiarla. Retomó el fin de los tiempos para hacer de ello la muerte de Dios y el errar del último hombre; retomó la finitud antropológica, pero para dar el salto prodigioso del superhombre; retomó la gran cadena continua de la Historia, pero para curvarla en el infinito del retorno. La muerte de Dios, la inminencia del superhombre, la promesa y el terror del gran año en vano retoman palabra per palabra los elementos que se disponen en el pensamiento del siglo XIX v forman su arqueológica: de ello sólo queda que prendan fuego a todas estas formas estables, que dibujen con sus restos calcinados rostros extraños, imposibles quizá; y en una luz de la que no se sabe aún con justicia si reanima el último incendio o si indica la aurora, vemos abrirse lo que puede ser el espacio del pensamiento contemporáneo. En cualquier caso, es Nietzsche el que ha quemado para nosotros, y antes de que hubiéramos nacido, las promesas mezcladas de la dialéctica y de la antropología.

viernes, 9 de marzo de 2012

Antichrist (2009): Un esbozo sobre la maldad.


Lars von Trier es un director y guionista danés, que se ha hecho un nombre en el marco de la industria mundial del cine utilizando como herramienta su inteligencia y no mucho más. Y ésta entendida como el juego sincronizado entre su elevado nivel de erudición y propiedad respecto a los temas que se plantea; con una creatividad bastante singular y característica, un tanto sádica, se podría decir.


Se dice sadismo para definir lo que aquí se estima como el motor de la obra de este director. Una concepción del cine en que éste no tiene como propósito principal, ni mucho menos, el entretener, ni complacer al espectador. El cine (al igual que la música, según Nietzsche) antes que un oficio es un lenguaje, una forma de entregar un mensaje que deberá ser difundido, pero no necesariamente aceptado. El rechazo no significa fracaso, quizás todo lo contrario. Se trata de un mensaje que el orden de las palabras dichas o escritas, no pueden sostener por si mismas, un mensaje enraizado en el subconsciente, en la voluntad, en lo profundo de los sentimientos, todo lo que precede a la racionalidad y el orden de las palabras. El cine escribe su mensaje con movimientos, paisajes, fotografía y con las interpretaciones de los actores también, por supuesto.


La relación de Lars Von Trier con su obra es también sádica. No se pone aquí en entre dicho el amor que tiene hacia su escritura, hacia sus personajes, pero es un amor de tipo nietzscheano -- por llamarlo de alguna manera ad hoc-- amar implica un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, una lucha descarnada donde se juegan sentimientos mucho más ricos y complejos que en lo que se entiende convencionalmente por amor. “Amor sin compasión” ¿Hay una definición más ajustada para amor nietzscheano? -Y además trae a la mente varias escenas de la película.


Lo terrible en cualquier caso es ver como a este realizador no le tiembla la mano para castigar a su obra y a sus personajes de las maneras más trágicas sin dejar de expresar conjuntamente, ni por un segundo, un amor entrañable hacia ellos.


Fundamentales para lograr este propósito del realizador son los intérpretes y en este caso Lars von Trier parece no haber escatimado esfuerzos. Resulta difícil, casi imposible, imaginar un resultado mejor en este aspecto. Willem Dafoe, si no se tiene en la lista de los mejores actores vivos, por lo menos habría que reconocer esa impresionante capacidad de asumir con gran propiedad, papeles de conflictividad moral máximos, haciéndose, casi, cargo él solo de todo el eje argumental. No basta con una actitud amoral o profesional para lograrlo, se requiere un nivel de compromiso, un atrincherarse en el bando de las ideas que están en juego en el libreto. Pues después de La Ultima Tentación… (1988), acá lo ha vuelto a lograr y con honores.


Esta vez está acompañado por Charlotte Gainsbourg cuyo encanto requerirían de otro ensayo completo para poder describir y es el gran plus del film. Ese no sé qué.

El prologo, la primera escena del film, avisa al espectador ante que se enfrentará. Y esto es, con lo inesperado, lo violento (hacia el espectador), lo caprichoso y lo impredecible. El director expresa claramente que no respetara tiempos ni contextos predeterminados ni ninguna estructura formal. No hay negociación posible con las expectativas del espectador (valga la redundancia). Este es el momento preciso para tomar la decisión de cambiar de película, de excusarnos en que no es el tipo de film que nos gusta, o simplemente dejarlo para una ocasión más ad hoc, por decirlo de alguna manera.


No hay necesidad de describirlo, solo adelantar que estamos frente a un trabajo no convencional de edición; fragmentario, discontinuo pero no caótico. Las imágenes dialogan entre sí y a su vez con la música. Dialogan, pero no calzan, no se suprimen ni se superponen, lejos se está de una armonía suave y pacífica. Las imágenes, la música, incluso la lirica --lo que nos está diciendo la muy apropiada Lascia ch'io pianga, también juega-- son fuerzas enfrentadas, en el eterno retorno de, en este caso, la mente singular de nuestro realizador. Un trabajo que puede no gustar, pero es, a todas luces, minucioso, detallista y logrado a la máxima potencia, dentro de los marcos de la técnica cinematográfica, lo que es mucho decir.


La relación de este film con la filosofía del escritor Friedrich Nietzsche es explicita y no circunstancial o interpretativa. No solo porque su realizador ha confesado abiertamente su preferencia por el filósofo en varias ocasiones, sino también porque la película en si funciona como una interpretación locuaz de los conceptos nietzscheanos. Una clase de filosofía muy didáctica, si se puede usar esa palabra. Y tampoco se trata únicamente de la obra tardía titulada El Anticristo, sino que se juega cuan malabarista con varios de los conceptos extraídos de la columna vertebral del pensamiento nietzscheano a partir de un hilo conductor arbitrario condensado en tres conceptos que pasaremos a definir: dolor, sufrimiento desesperación (los tres mendigos).


Dolor:


¿Dolor físico o psicológico? Ninguno, pero ambos a la vez. Un concepto unificado de dolor. El dolor es uno. Cuando este “mendigo” termina de llegar a la vida, cuando es inobjetable, como se muestra en la película, lo físico y lo psicológico dan lo mismo. No hay dicotomías, no hay forma ni contenido, no hay cuerpo ni alma por separados. Lo único real es esta naturaleza animál a la cual no podemos dejar de pertenecer por mucho que lo intentemos recurriendo a nuestras fantasías, la religión, la filosofía, la ciencia, la metafísica en general, la civilización, este pavimento, o estos buenos zapatos no podrán impedir el dolor, y que la tierra, la naturaleza, la vida misma… nos sigan quemando los pies --escena capital de la película.


La vida es dolor, parece querer decirnos el realizador. O por lo menos que es el dolor la única experiencia genuinamente originaria. No un –burgués-- viaje al campo, ni todas las “epifanías” que la gente dice tener frente a un paisaje equis, pues la naturaleza de la que se está hablando en todo momento, no se encuentra allá afuera, sino que los somos nosotros mismos, en cada caso.


El sujeto, el yo, es un producto histórico desarrollado a través de una mnemotécnica específica --tan bien descrita por Nietzsche en su Genealogía de la moral-- que queda, al fin, dislocado y a la deriva cuando es enfrentado a la propia naturaleza que es sinónimo de vida. No existe tal cosa como una vida fuera de la naturaleza, nada es más trascendental que la naturaleza misma. Por esta razón es que “la verdad” no figura, por ninguna parte, en el programa nietzscheano. No se busca la verdad, se busca la vida, la experiencia originaria, por dolorosa que sea.


Sufrimiento (región del caos)


Ahora el realizador nos muestra un paisaje, un bosque llamado Edén, y no arbitrariamente. Edén es el paraíso perdido, pero no solo eso, es el lugar del cual surgimos los seres humanos, pero salimos emprendiendo un viaje imaginario, impulsados por haber comido del fruto del “árbol del conocimiento del bien y el mal”. Edén es la naturaleza misma, de la cual creímos haber escapado a través del “conocimiento”.


Se trata de un bosque, que consta de diferentes elementos. Un puente, la madriguera del zorro, un tronco pudriéndose lentamente, etc. En medio hay una cabaña, un lugar de refugio, de protección para este extraño animal de conocimiento. Un solo lugar estructurado, ordenado en el cual se protege de un impredecible y peligroso ambiente. Así lo siente la protagonista; se siente expuesta y sensible al dolor que sufre la naturaleza, a un sufrimiento incesante, igual al de ella. Tal como su hijo cayó por una ventana y pereció, también caen las bellotas o un polluelo de un árbol. Ella era capaz de sentir “el grito de todas las cosas que iban a morir”, nos declara.


Nuestro protagonista, no tiene necesidad de esconderse en ningún lugar físico, pues su formación científica lo mantiene impermeable no solo al ambiente, sino también a las personas: “Siempre te mantuviste alejado de Nick (su hijo) y de mi” le recrimina ella “solo ahora que soy tu paciente te intereso”. Solo frio interés científico.


Su cabaña (para utilizar la analogía), es su conocimiento que lo hace sentir seguro. “No deberías haber venido aquí. Eres un maldito arrogante…” le dice ella poseída o interpretando en cierto modo a la naturaleza y sus fuerzas subterráneas. “Tal vez no dure ¿has pensado en eso?” Continua. Recordándonos la célebre frase de Nietzsche:

En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado eninnumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer…


… Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana (1873).


Él se ha impuesto como misión el controlar todas las fuerzas de la naturaleza, esta vez no se trata de destruir el bosque, ni de construir una ciudad encima, sino de controlar las fuerzas en caos al interior de su esposa, pero poco a poco, comienza a descubrir que existe algo más profundo e inquietante, pero que se encuentra al intemperie de su cabaña, de su conocimiento que comienza a pudrirse lentamente tal como aquel viejo tronco.


Desesperación (femicidio)


Los esfuerzos de él por pacificar el interior de ella parecen infructuosos, siente que su metodología no está dando resultado, pues aparte de él, ella se encuentra en comunicación con fuerzas invisibles para el protagonista. Hay un lenguaje cerrado, una relación en la cual él no podrá intervenir. Algo oscuro se está tejiendo a sus espaldas. Son fuerzas subterráneas que están emergiendo hacia la superficie y finalmente saldrán (escena final).


El problema era que en ella se había desarrollado, y naturalizado, una ideología radical referente a la historia de la civilización, una ideología contrahumanista (por decirlo de algún modo). En la cual, las mujeres y todas las hembras eran las portadoras del mal, una amenaza a los valores que constituían la civilización y ese era el motivo de las diversas matanzas de mujeres ocurridas a lo largo de toda la historia.


En el texto La genealogía de la moral Nietzsche plantea que la moral, posee un origen inmoral o más bien un origen técnico. Una técnica inscrita por los colonizadores sobre el propio cuerpo de los colonizados. Se requieren diferentes modos de tortura, diferentes formas de asesinato. Toda nuestra alta cultura, nuestra civilización, nuestras cómodas vidas están fundadas sobre el teatro de la crueldad. Las cruzadas de pacificación de los territorios fueron inequívocamente fluctuaciones que no salían de entre la tortura hasta la aniquilación directa. No existe territorio civilizado en el mundo que no esté manchado por la sangre y terribles castigos que nuestras fantasías modernas no son capaces de dimensionar.


Estamos hablando de la construcción de “el bien”. El bien es el orden establecido por los dominantes, los ganadores, quienes escriben la historia. El mal por otro lado, es cualquier cosa que se revele contra dicho orden, el caos. La naturaleza es la iglesia de Satanás según la tesis de nuestra protagonista, y la mujer ha sido la encarnación de esa naturaleza, del mal, a fin de cuentas. En las últimas escenas ella asume el papel de la encarnación de las fuerzas naturales y de todo y todos los sacrificados en post del bien de nuestra civilización. La Encarnación del mal, El anticristo.


Los tres mendigos


Un hedor subterráneo se abre paso hasta emerger en a la superficie de nuestra cultura, provocando un cierto malestar. Es el hedor de los cuerpos sacrificados en beneficio del actual estado de paz; hedor de todas las atrocidades cometidas por nuestros colonizadores y dominadores. La historia está herida, nadie sabe realmente en qué momento y de qué forma, sin embargo, esa herida sigue doliéndole, sigue manifestándose, por mucho que intentemos olvidar, negar o falsear la historia para mirar hacia el futuro, no es posible deshacerse de ella. El dolor, el sufrimiento y la desesperación se han abierto paso. Los tres mendigos están aquí, alguien tiene que morir, un nuevo sacrificio es necesario llevar a cabo para poder mantener el orden.


"Déjame llorar mi cruda suerte" nos implora la historia y todo cuanto va a morir.


Bibliografía:

NIETZSCHE, F.: La Genealogía de la Moral. Editorial Alianza. Madrid 1972

NIETZSCHE, F: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873). ed. Tecnos, Madrid

NIETZSCHE, F. (1978): El Anticristo. Editorial Alianza. Madrid.