sábado, 11 de diciembre de 2010

"Es que soy anarquista..."

A la misma hora que Francisca leyó la nota, Iker estaba sentado, casi acostado, en un bus camino a Temuco, hojeando una revista de rock que había comprado en la estación. Tenía cuatro litros de cerveza en el cuerpo y se había comido, dentro del bus, unas galletas de marihuana, y pese a que sentía claramente sus influjos en el cuerpo, en toda su motricidad, mantenía la mente fija en su esposa y en todas las consecuencias de haberla abandonado así. Era tanto así que, aunque quería, no podía conciliar el sueño, pese al cansancio.

Era prácticamente imposible que Francisca pudiera entender las razones que lo habían llevado a tomar esa decisión. No lo perdonaría y tal vez su matrimonió terminaría para siempre. Y aunque el dolor no podía ser más intenso, no se arrepentía.

Una vez más Iker había escapado sacrificando una parte importante desprendida de si mismo, conservando nuevamente aquella pequeña fracción de humanidad que ahora lo constituía. Ya lo había hecho con su familia, a la cual no veía de hacía cinco años; por la misma razón: su cercanía representaba un peligro para ellos.

Aunque esta vez se trataba de algo distinto. Esta vez no se trataba para nada de algo tan repentino. Había sido una graduación de hechos que desgraciadamente habían terminado por tensionar y zafarlos a ambos de su relación, pensaba Iker. Lo que se había deteriorado era ese lenguaje manifestado en encirptadas claves. Todo un sistema complejo, abierto solo para ellos, con pistas y también distractores para los intrusos, con un centro movedizo donde lo esencial era lo efímero y lo accesorio resultaba más estable. Sin saberlo ellos lo habían diseñado. Se trata de las encriptaciones oscuras y peligrosas que componen las palabras de aquellos Kamikazes, los que se aman. Pero que en este caso no eran nada distinto o distinguible del amor mismo, en su totalidad, "el amor no es otra cosa que un lenguaje" por lo menos para ellos.

Iker se daba cuenta de que todo era un problema político. Porque aunque a Francisca sí le interesaba lo político y siempre era ella quien tomaba la iniciativa en una discusión sobre el tema, y la mayoría de las veces se veía de acuerdo con las ideas de Iker, incluso las más radicales, no tenía problema con eso; e incluso había trabajado ya con Iker en La Pintana en sus proyectos de base; y muy probablemente ella hubiera estado dispuesta a llegar todo lo lejos que se pudiese pensar si Iker se lo hubiese propuesto. El problema era más serio aun. Durante los últimos años, un largo periodo de tiempo, los ideales políticos de Iker, a las espaldas de Francisca, se habían sustancializado en una materia espiritual. Iker no estaba exactamente loco pero su espíritu, por llamarlo de alguna manera, estaba convulsionado.

Y que lo político asumiera una forma espiritual, básicamente, significaba que era algo demasiado grande pero lamentablemente invisible, una suerte de esquizofrenia tal vez. El estaba todos los días y noches en una guerra descarnada en contra del poder, pero los demás lo ignoraban. Donde otros veían paz él veía destrucción sostenida. Veía perfectamente a victimas y victimarios. Tenía grabados a fuego todos los nombres de los caídos, sus amigos suicidados por la sociedad, demasiado libres para soportar la humillación. Donde otros veían voluntad el veía asesinato progresivo: empezaba por matar la alegría, la libertad, el amor propio, la confianza, los sueños y así hasta que una bala en la sien, o una soga al cuello, o un salto al Mapocho resultaba ser solo un detalle. Y una decepción amorosa, o un problema de plata, o una enfermedad, la perdida de un familiar eran la gota que terminaba por rebalsar el baso de la total e inapelable derrota contra el... "¿sistema?".

¿El sistema? ¿El capitalismo? ¿La ciudad, el maldito Santiago? Lo que fuere, era una condena que venía con uno. No había forma de escapar, no importa el lugar al que se emigrara, el daño ya estaba hecho. La educación, quizás la alimentación, los juegos, las relaciones de pareja también y todas aquellas cosas que siempre parecieron inofensivas ahora, en la ecuación de Iker, con un estado represor como ingrediente detonador, resultaban ser los componentes de una sustancia mortal; lenta y progresiva.

Iker llevaba 10 años investigando. Había revisado en detalle las teorías clásicas sobre la modernidad, la historia, especialmente la de Chile; había analizado el arte santiaguino, la poesía, la literatura, la arquitectura, las comunicaciones en general. Pero no había podido reducir el diagnostico de esta enfermedad a algo más acotado que... el centro de la ciudad de Santiago en su totalidad. Por eso, en las noches, cuando cerraba los ojos, a causa de estos flujos espirituales ya mencionados, Iker veía la ciudad estallar, su principales calles y edificios, despedazarse por los aires, sin quedar ninguna piedra sobre piedra. Todo esto mientras su esposa dormía tranquila a su lado.

Había llegado a un punto en que no distinguía entre el concepto de "político" y el concepto "bomba".

"El amor es para los hombre y las mujeres y yo no soy nada de eso... yo soy dinamita" Se dijo en voz lo suficientemente alta, como para que su vecino de asiento lo escuchara: "¿Perdón?" dijo el hombre. "Nada. Estoy hablando solo, es que soy anarquista" respondió Iker con voz algo etílica y se rió con ganas.

¡Esas frases...!: "¿No te gustó la película...? Ah es que eres muy anarquista" o "Vamos el finde a la playa ¿O la playa no es lo suficientemente anarquista para ti?" o también "(¿Y como esta Iker?) Mal, por eso es anarquista pues". Todas, las repetía siempre Francisca, en tono de broma. La mayoría de las veces lo hacia realizando una suerte de parodia de él, frunciendo el ceño, estirando la trompa e impostando la voz. Iker cerro lo ojos y se la imaginó así una vez más. "Yo no hablo así" se dijo y esbozó una leve sonrisa. Esa imagen como una calidad y suave brisa, por fin lo relajó y pudo conciliar el sueño. Aunque ya quedaba muy poco de viaje.