La ciudad sociológicamente se podría definir como un producto social resultante de intereses y valores sociales en pugna, que se construye a lo largo de la historia, y el espacio urbano articulado como escenario de esa historia. La transposición o articulación del orden social con el espacial y la conformación del espacio urbano.
Es relevante para una
investigación sociológica del desarrollo urbano, comprender el concepto de
urbanismo , pues en él se albergan modelos teóricos que dan cuenta de causas y
variables del desarrollo urbano.
Estos modelos, escuelas y
tendencias se encuentran ligados y relacionados a corrientes científicas,
políticas, e ideológicas que son propiamente objetos de la sociología, como
aquí se entiende.
Veremos que tras el urbanismo se
hayan implícitas relaciones sociales, políticas, en tanto que poder, que
conviven y se enfrentan, transformando la propia disciplina o campo de estudio.
La disciplina que estudia el
fenómeno urbano nace en el siglo XIX con mucha posterioridad al fenómeno en sí,
incluso a la expresión más moderna de este, la ciudad industrial (fenómeno que
data desde las llamadas revoluciones burguesas)
Previamente sí se podría hablar
de corrientes que ayudaron a formarlo. Diversidad de autores provenientes del
mundo de la filosofía y la política, promovieron ideas referentes a las
condiciones y posibilidades de la ciudad moderna. Muchos de estos con análisis y proyectos muy elaborados y
detallados, tales como los llamados
socialistas utópicos, o los mismos Engels y Marx y su socialismo
científico dieron muchas pistas en relación al concepto del fenomeno urbano.
La planificación, los criterios
de transformación y desarrollo estuvieron a cargo ya sea de las fuerzas de
mercado, sociales y de corrientes políticas y filosóficas, que mostraron
preocupación por este tema, a las que se las denomina preurbanistas. Dentro de
esta categoría encontramos a autores tales como Robert Owen, Charles Fourier,
Victor Considerant, Étiene Cabet, Pierre-Joseph Proudon, entre otros. Estos
autores fueron la semilla de la disciplina ya más especializada, que surgió en
el siglo XX.
Las ciudades se desarrollaron por
largo tiempo sin una disciplina que estudiara específicamente sus
problemáticas. De hecho el concepto
“urbanismo” nació con Ildefonso Cerda. En el año 1867, publicó su Teoría
General de la urbanización. Explicó en esa palabra una materia nueva, un
fenómeno reciente. Es así como la palabra urbanismo no figuró en ningún
diccionario occidental, antes del siglo veinte.
Pero el urbanismo en sí, como
disciplina específica, aparecida tras la revolución idustrial, toma cuerpo bajo
la presión que significaba la situación objetiva de la reconstrucción de
ciudades destruidas tras la primera guerra mundial.
El fin de la primera guerra
mundial y la necesidad de reconstruir ciudades afectadas por ésta, fue lo que
impulsó la especificación y especialización de criterios de la orientación de
reordenamiento territorial. Se pasó de criterios ideológicos a criterios
técnico-científicos, o dicho de otra manera: un criterio unificado, coherente
en sus métodos y objetivos. Estos criterios predominaron tanto en la Europa
capitalista como en la socialista, incluyendo a la Unión Soviética.
El interés de los urbanistas del
siglo XX se trasladó de las estructuras económicas y sociales hacia estructuras
técnicas y estéticas. El urbanismo pasó del patrimonio de los historiadores,
economistas o políticos al de los técnicos especialistas, generalmente
arquitectos. Sustentados en la
tecnología moderna y el uso de materiales resistentes como el hormigón y el
acero, además de una tendencia arquitectónica que interactúa en todo momento
con el urbanismo, nutriéndolo y nutriéndose de él. Una arquitectura que
exaltaba la geometría y la línea recta.
No se trata solamente de un
producto de alguna revolución material objetiva a las posibilidades
urbanísticas, sino que del intento de la apropiación del concepto de modernidad
en toda su dimensión, tanto en las eficacias que permiten los métodos de
estandarización y mecanización, como el de los conceptos estéticos extraídos de
las artes de vanguardia de la época (cubismo y movimientos relacionados).
Sociologíacamente hablando el
urbanismo progresista está relacionado al funicinalimo teorico de orden
parsoniano, bajo la primisa del biologica de que “la función crea al
organo”. Esto significa analizar
cualqueir objeto de estudio sin otro orizonte que la función en este caso
oritada a la evolución, el progreso, el desarrollo y estos por la via de
optimizar la producción de bienes de consumo; dejando de lado el estudio de la
naturaleza interna, de los conflictos, de la politizidad en el caso de los
objetos sociales, como el que acá se intenta analizar.
Hay en esto la pretensión de
reducir los objetos de cualquier naturaleza a la racionalidad del hombre que es
la unidad básica del progresismo. Stanislas Gustavovitch Strumilin lo expresa
de la siguiente manera: "Nuestra tarea no consiste en estudiar la economía,
sino en transformarla. No estamos atados a ninguna ley (...) La cuestión de los
ritmos está sujeta a la decisión humana.". De esta misma manera la ciudad
debe ser entendida como un producto de la razón, un proyecto con el objetivo de
alcanzar, por medio del control de cada proceso, la maximización y
perfeccionamiento de cada hombre.
Según la tesis desarrollada por
Françoise Choay (1965) (El Urbanismo:
Utopías y Realidades, 1970) , para
explicar los principales conceptos del urbanismo, en la antítesis del urbanismo
progresista se haya el culturalismo, cuya columna vertebral es la puesta en
cuestión, concepto por concepto de lo que se entiende por ciudad. Este tiene como punto de partida, ya no el
individuo sino que el grupo humano de la ciudad. Sus planteamientos son además una nostalgia
por la belleza preindustrial perdida.
El urbanismo culturalista propone
que cada proyecto antes de estudiar y de pensar en las posibilidades y
problemáticas del individuo o la persona se haga sobre los de las relaciones
sociales y la comunidad. Desde este
punto de vista podríamos rastrear una fuerte influencia de la filosofía
hegeliana o la fenomenología, ya que se apuntaba a comprender lo cualitativo en
tanto que métodos y objetivos. El espíritu y la totalidad estética de aquello
que llamamos ciudad.
Otros autores que pudieron
influenciar esta concepción fueron Victor Hugo o Mellarme[1], (Choay, 1970,
pág. 27)
ya que sus escritos están cruzados fuertemente por algo similar a la nostalgia
de un mundo en que predominan los conceptos estéticos, artísticos; los ethos,
la dignidad etc. Conceptos luego desarticulados por la fragmentación y el
cálculo moderno.
Los primeros promotores del
urbanismo culturalista fueron ensayistas del siglo XIX que provenían de
diferentes áreas y con diferentes motivaciones, ya sea Augusto Welby
Northermore Pugin (1812- 1852), un arquitecto inglés, no solo nostálgico de las
formas sino de los valores premodernos, relacionados con la religiosidad
cristiana.
John Ruskin (1818- 1896)
proveniente de la filosofía y la critica artística.
William Morris disípulo de
Ruskin, pero con una vocación más política, ligada al socialismo y el concepto
de "comunidad".
El urbanismo culturalista,
propiamente, surge a principios del siglo XX, antes que el urbanismo
progresista, como escuela. Con autores como Camilo Sitte (1843-1903), Evenezer
Howard (1850-1928) y Ray Menurwin(1869-1959). Su fuerza sigue siendo la crítica
al progresismo y la modernidad que fundamenta la ciudad industrial. Su gran
propuesta es la "ciudad jardín", cuyas principales características
serían el predominio de lo estético cultural por sobre lo productivo. El
enriquecimiento humano (ético) de la comunidad por sobre el material.
A propósito de esto, la teoría de
la ciudad de Max Weber (1864- 1920) nos, dice Françoise Choay, lleva así a una
conclusión bastante interesante. “La
ciudad moderna está a punto de perder su estructura externa y formal. Desde un punto de vista interno, está en
curso de degradación, mientras que la comunidad representada por la nación se
desarrolla por todas partes a expensas.
La época de la ciudad parece que debe alcanzar su término.” (The City , 1962) [2]
Patric Geddes (1854- 1932) fue un
biólogo escoses que estudió el urbanismo y el fenómeno urbano desde el puto de
vista de la evolución y de la teoría biológica de la selección natural, criticó
el urbanismo progresista por su falta de consideración por los factores humanos.
Para él la ciudad es una obra
humana, pero, por lo mismo, no le pertenece a ningún proyecto filosófico,
político determinado. La ciudad es una experiencia que el ser humano ha vivido
desde mucho antes de la era moderna, de hecho es tan antigua como las primeras
civilizaciones.
Por otro lado, más allá de la
nostalgia y los impedimentos facticos, de diferente índole (social, económica,
política) que encontrará una propuesta tan revolucionaria y ambiciosa como la
Ciudad jardín, el culturalismo sacó a la superficie las limitaciones de la
visión progresista de la ciudad.
La cultura y la ciudad son
indisociables la una de la otra, la ciudad implica irreductiblemente estética,
arte, creatividad, religiosidad, etc., es el espacio por definición del
desarrollo de la conciencia humana.
Este autor muestra el espacio
urbano como un objeto complejo por definición los objetivos de su análisis
están más relacionados con la epistemología de la comprensión que con el
conocimiento acabado.
El urbanismo por tanto, sin dejar
de ser una disciplina independiente, un cuerpo teórico definido, deberá pedir
prestado conceptos de las ciencias sociales. A su vez la propia ciudad se
convierte en objeto de estudio sociológico.
La ciudad ha sido en todas sus
fases históricas, un espacio de intercambio y de flujos de información de todo
tipo, que son expresión de lo que llamamos cultura, algo cuyo contenido aparece
como inaccesible desde un punto de vista técnico.
Desde este punto de vista es
posible comprender a al antropologo Clifford Geertz (1926-2006) cuando dice
que: "El concepto de cultura que propugno... es esencialmente un concepto
semiótico. Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas
de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa
urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia
experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de
significaciones.” (2003, pág.
20) .
Y en este sentido decir que la ciudad o el
espacio urbano está ligado a determinantes culturales significa que su
naturaleza no está al servicio de un poder específico sino a cargo de diversos
grupos y actores sociales que dialogan, se enfrentan y se contraponen tanto en
el espacio de los discursos sociales como en el de las estrategias políticas de
los diferentes interesados.
Una transformación del espacio
urbano concreto no necesariamente responde a criterios formales de
planificación urbana, como lo mostrarán Hardoy y Satterthwatite en su texto Ciudad Legal y Ciudad Ilegal (1987) , en que se
explica cómo las ciudades de Latinoamérica y todo el tercer mundo en general,
experimentaron sus principales transformaciones por fuera de la planificación y
las lógicas formales de desarrollo, a partir de tomas de terrenos por parte de
grupos de ciudadanos sin techos que se daban en los márgenes de las grandes
urbes.
El estudio del desarrollo y
transformaciones de la ciudad debería comprender los procesos sociales que
determinan el modo en que se configura finalmente el espacio urbano; esto es,
no quedarse solo en las variables que competen al Estado y a las instituciones
formales relacionadas y sus intenciones, sino que estudiar al detalle las causas
de estas transformaciones efectivas y reales. Para esto son necesarios
conceptos más específicos que los del progresismo y el culturalismo. Como dice Choay
sobre la teoría de Geddes, "No hay una ciudad del porvenir, sino tantas
ciudades como casos particulares." (pág. 78) . No basta con
entender los modelos y formas del cómo se desarrolla el espacio urbano, sino
que es necesario pasar al contenido, a la contingencia de cada caso, además de
comprender las dinámicas y dialécticas que lo determinan. Esta investigación en
particular, trata de los cortes de recorrido y las discontinuidades que se
producen en un espacio urbano determinado. Proceso en el que participan
diversos actores y grupos sociales que lo hacen un objeto de estudio complejo,
cultural y político. Un objeto en el que es importante también el periodo de
tiempo que hemos escogido (1990-2011). El cual está relacionado con
transformaciones importantes en el orden de los procesos económicos y la propia
transformación de la estructura política llevada a cabo a principios de la
década de 1990 en adelante.
Esta fue una década en que
convivieron la democracia o la así llamada, "transición a la
democracia", con un modelo económico imperante impuesto durante la
dictadura militar, conocido como neoliberalismo , en la misma tónica de los
paradigmas que cruzan todo el escenario científico, ideológico y cultural de la
época, cuyos principales ejes son la globalización o mundialización (que hace
de la cultura un factor determinante del devenir de la sociedad) y el paradigma
cultural posmoderno. Estas transformaciones estructurales parecen estar a la
base de una transformación del proceso de urbanización o desarrollo urbano. La
transformación y expansión física de las ciudades ha sido campo de análisis de
muchas corrientes teóricas generando conceptos tales como, “la metápolis” de
Asher.
El sociologo urbanista Françoise
Ascher (1946-2009) llamó a la nueva ciudad metapolis, como superación de lo que
fue la ciudad previamente.
Este autor no ve en la
fragmentación o flexibilización del desarrollo urbano algo negativo, sino una
posibilidad. La sociedad, los actores sociales constituyen su propio espacio y
a la vez esté los determina a ellos en su manera de interactuar en las diversas
operaciones sociales que los individuos practican. La superación de la
planificación y el desarrollo urbano centralizado y el sentido último en la
funcionalidad de los espacios no significa necesariamente irracionalidad, caos
o crisis, sino que es una la posibilidad de una profundización de la
racionalidad. O sea, la posibilidad de
un desarrollo urbano producido a escala humana, por una “red” de actores
racionales y participativos, no subsumidos por ningún aparato centralizado,
resolutivo y totalitario. Los problemas
o crisis urbanas que pudieran suscitarse en una ciudad particular tienen en este “nuevo urbanismo”
como mejor solución el aumento de la racionalidad de los procesos mismos de la
vida y no el simplemente dejar funcionar la mecanicidad institucional.
La ciudad que ha devenido en
metapolis, es, entre otras cosas, aquella que ha confiado su desarrollo a
fragmentos cada vez más localizados e independientes uno de otro; en principio
a la autonomía de las municipalidades, pero también a grupos culturalmente
constituidos, e incluso movimientos sociales. (Ascher, 2001)
Las transformaciones urbanas
externas a la institucionalidad y la planificación centralizada, no devendrían
necesariamente en caos y desorganización, sino en la profundización de las
eficiencias racionales para solucionar problemas, por parte de agentes cada vez
más cercanos y directamente afectados por estas contingencias urbanas.
Con respecto al panorama de los
paises del tercer mundo y latinoamerica en epcifico, en lo referido a la
transformación de las ciudades, Hardoy y
Satterthwaite igual que Ascher, ya en
esa época, platanaban que la profundización de la democracia y participación es
el mejor escenario para el nuevo desarrollo urbano. Sin embargo, estos autores apuntan a una
cierta incapacidad de los gobiernos políticos del tercer mundo para dar
soluciones a los grabes problemas
urbanos. La pobreza y los problemas allegados a esta, continúan aumentando según los
autores, la segregación y con ello la higiene, el hacinamiento, la mala salud,
la formación de “villas miserias”, son problemas que los gobiernos y sus
instituciones de planificación urbana no pueden solucionar. Por tanto los problemas en vez de reducirse
se agudizan en relación directamente proporcional con el desarrollo y
complejizarían de la ciudad.
Dan cuenta en cierta medida de este proceso de transformación del
capitalismo, ya en 1987, en su texto "la Ciudad legal y la Ciudad Ilegal" () , fundamentalmente en
grandes metrópolis del tercer mundo.
Este texto describe una realidad que comenzaba a gestarse en la década
de los 80 y su principal crítica es hacia la concepción “errónea” de
planificación y los gobiernos, en su mayoría autoritarios, como principales
responsables de la crisis urbana.
Estos dos autores insinúan un
carácter, primero, autoritario, y además, tecnócrata, antidemocrático y poco
realista de la problemática urbana por parte de los estamentos de
planificación. Observaron el problema
del desarrollo urbano desregulado, imperfecto e injusto, en términos sociales,
pues en la época que analizó, los países
del tercer mundo, especialmente América Latina, se caracterizaban porque la
mayoría de sus gobiernos eran más bien dictaduras incapaces de solucionar de
manera eficientes las serias problemáticas sociales. Veían necesario que nuevos
gobiernos, con vocación auténticamente democrática fueran los que impulsaran la
profundización de la participación social en el desarrollo y transformación
urbana.
Para Hardoy y Satterthwaite uno de los principales problemas del urbanismo
en Latinoamérica ha sido la desigualdad social traducida en segregación
socioespacial, la cual mantiene a amplios grupos de escasos recursos, separados
de beneficios sociales fundamentales para poder progresar económicamente, lo
que a su vez disminuye más la posibilidad de acortar las brechas sociales.
Avisarán los autores que la
solución a la crisis urbana, muy concreta y perceptible, es un nuevo criterio
de gobierno y planificación en que los propios ciudadanos participen
activamente en la solución de sus problemas, sacando y dejando de lado las
plantillas y dogmas que predominaban en los tecnócratas a cargo de la
planificación urbana. Solo sería posible
que gobiernos auténticamente democráticos pudieran dar algún tipo de respuesta a la crisis urbana (Hardoy y Satterthwatite, 1987, pág. 99).
Sabatini y Brain los sociólogos
urbanistas chilenos analizan este fenómeno en Santiago de Chile y concluyen que
la segregación social no es un fenómeno de naturaleza objetiva ni
"monocausal". Esto quiere decir que aunque hay determinantes
económicas en la configuración del territorio urbano, no son las únicas y estas
tampoco son de orden objetivo o estructural, pues están siempre ligadas a
políticas concretas, determinadas en algún momento por el Estado o las instituciones
relacionadas, como lo fue en su momento la liberación del mercado de suelo, en
concomitancia con una serie de políticas privatizadoras, en desmedro de lo
público, durante la dictadura militar.
Según estos autores la liberación
del mercado de suelo ha hecho que, a pesar del desarrollo localizado de las
comunas y la promesa de mayores autonomías ciudadanas, el desarrollo vuelva a
quedar atrapado en el antiguo modo "centro-periferia". Esto quiere
decir que los centros, económica y comercialmente establecidos en cada comuna o
sector, determinan el precio del suelo, o sea mientras más cerca del centro,
aumentan los precios del terreno, lo cual produce una expulsión hacia la
periferia de los sectores menos acomodados de la sociedad, alejándolos aún más de
los beneficios sociales. (Brain & Sabatini, Los precios
del suelo en alza carcomen el subsidio habitacional, contribuyendo al
deterioro en la calidad y localización de la vivienda social., 2006)
La crisis del modelo urbano en
Chile en las tres últimas décadas, iniciada tras la reconversión primero de las
estructuras productivas, que Érica Aura en su texto Ciudades región, reconoce
como el desarrollo propio de la globalización neoliberal. Érica Aura analiza este fenómeno como puesta
en cuestión del modelo "metapolís" de Ascher o "ciudades
redes" de Castells, pues no se cumplirían, en el fenómeno Latino
Americano, las promesas de mayor democratización, ni mayor autonomía
territorial por parte de los ciudadanos, sino que se reeditaría una versión más
localizada del viejo modelo Centro-periferia, con toda su potencia segregadora.
El espacio urbano seguirá organizándose con criterios principalmente
economicistas. (CIUDADES
REGIÓN: Hacia una lectura socioterritorial del capitalismo tardío.)
Ahora bien, para Sabatini y
Brain, la segregación no es un problema sin solución. La configuración urbana
no es un reflejo de estructuras económicas previamente dadas, sino que dependen
en buena medida de determinaciones subjetivas; culturales y políticas.
La dimensión política apunta a
las lógicas internas del marco de los urbanistas, planificadores o las propias
autoridades, que entienden y clasifican la segregación como un problema
natural, intrínseco al desarrollo urbano y a la orientación de desarrollo por
chorreo.
Por ejemplo, Sabatini y Brain en
su artículo “La segregación, los guetos y la integración social urbana: mitos y
claves” (2008) explicarán el
fenómeno de la segregación como un problema ideológico en cierta medida. Critican y hacen en parte responsable a las
concepciones mecanicistas y neutralizantes de la segregación. Los autores
estiman que la simple desigualdad económica es un diagnostico muy general e insuficiente,
pues independiente de la desigualdad económica, que sí es un problema, es
posible y necesario un esfuerzo de la sociedad y sus instituciones por
controlar los procesos de segregación espacial.
Lo cual de por sí, dará píe a mayores oportunidades a las clases menos
afortunadas en tener mayores beneficios sociales y urbanos, esto mejoraría en
parte, las posibilidades de justicia e igualdad social.
Tras la segregación social se
encuentra la idea y la lógica de que esta es un mal necesario, “que no es bueno
mezclar” porque puede producir caos y descontrol social. Esta es, para los autores, una lógica sin
fundamento empírico, pues precisamente, la segregación propicia males tales
como el desempleo, la delincuencia, el resentimiento, la violencia social, el
tráfico y consumo de drogas. O sea que,
al contrario de la lógica establecida, la segregación es un productor activo de
caos.
Para estos autores una
planificación adecuada orientada a controlar la segregación socioespacial,
podría aliviar males tales como los ya mencionados, esto al propiciar una mayor
integración social a través de la configuración del espacio urbano.
Por otro lado es posible
comprender la segregación en un sentido sociocultural, esto es, determinada por
la propia subjetividad social.
El que grupos sociales que
comparten ciertas características culturales, busquen agruparse en ciertos
sectores y territorios es un fenómeno común en las urbes modernas. Barrios
formados por etnias, religiones, modos de vida, oficios, etc. Los individuos en
la medida de sus posibilidades tienden a buscar estar cerca de otros a los
cuales consideran similares, se podría decir que se busca una identificación a
un nivel cultural con el territorio en el cual se reside. Esta tendencia
podría, en cierta medida erosionar el desarrollo social y la integración a un
proyectos ciudad o país determinado. Pero el problema se agudiza cuando un
proceso como la globalización de la cultura complejiza y reclasifica sectores
de la sociedad.
De Mattos (autor urbanista
uruguayo radicado en Chile) denomina a este proceso, polarización o dualización
de la sociedad en el espacio urbano (Santiago de
Chile, globalización y expansión metropolitana: lo que existía sigue
existiendo, 1999) .
El fenómeno consiste en que las ciudades que se ven integradas a la
globalización, paulatinamente van también experimentando una división cada vez
más acentuada, tanto de la cultura como del espacio urbano. Ciertos grupos van
integrándose y asimilando los flujos de información que trae consigo el proceso
globalizador mientras otros van quedando a la deriva y marginados de los nuevos
proyectos de esta nueva y de lo que en general, la ciudad, ahora, pretende ser.
La seguridad, nos dice Elena
Ducci (Santiago:
territorio Anhelos y temores. Efectos sociales y espaciales de la expansion
urbana, 2000) ,
es el eje principal de la publicidad inmobiliaria, y la cuál encuentra sustento
en el miedo, el cual a su vez encuentra soporte tanto en experiencias reales de
los individuos con la delincuencia y la violencia urbana, tanto como en la
constante campaña política y el sensacionalismo de ciertos medios de
información. Un cierto negocio del miedo, en el que en este caso logra
capitalizar la industria inmobiliaria y otros sectores.
La situación específica de la
Región Metropolitana de Santiago en los últimos años ha sido muy paradigmática
de todos estos procesos de globalización, informacionalización, flexibilización
de la economía, etc., además de experimentar un notorio proceso expansivo de su
territorio urbano, vía la liberación del mercado de suelo al no considerarlo un
recurso escaso. Los grandes proyectos
inmobiliarios han tendido a situarse, cada vez más, en los márgenes de la
ciudad bajo la promesa publicitaria de seguridad y tranquilidad.
Ducci explica que:
La forma en que se está desarrollando hoy la ciudad de Santiago muestra
una tendencia hacia una extensión en superficie, ocupando cada vez más amplias
áreas periféricas y una tendencia a la "megalopolización", proceso
que tanto diseñadores e
"intelectuales" ven como negativa, sin embargo es evaluada
positivamente por el público, llegando a ser norma. Al preguntar a los
Santiaguinos “la mayor parte de la
población contesta que le gustaría (si le es posible) tener una casita con
jardín en las afueras... ". Y los inversionistas inmobiliarios privilegian
la huida de la ciudad, quizás para obtener la ilusión de salvar a la gente, y
no aparece por el momento otra alternativa clara. (Santiago:
territorio Anhelos y temores. Efectos sociales y espaciales de la expansion
urbana, 2000)
De hecho, las comunas de mayor construcción de
nuevas viviendas y proyectos inmobiliarios han sido comunas de la periferia
tales como Las Condes y Puente Alto (Hidalgo, 2004) . Esta ultima comuna
según el censo de 1992 y el de 2002 tuvo un incremento explosivo del 93,5% y
según las proyecciones el incremento debería seguir de la misma forma para el
censo de 2012 (Catastro) . El aumento de población ha tenido relación
con ciertas políticas habitacionales aplicadas en dictadura, entrega de
viviendas sociales a familias de escasos recursos, provenientes de diferentes
sectores de Santiago y el negocio inmobiliarios, con proyectos de edificios,
grandes villas y condominios cerrados, han constituido lo que se suele llamar
una "comuna dormitorio". A pesar de que el equipamiento comercial de
tiendas y servicios, un mall, la llegada de la línea del metro la han ido
constituyendo en un centro de desarrollo cada vez más independiente, el
carácter de la comuna sigue siendo residencial, según Rodrigo Hidalgo en Ciudad
Vallada.
Uno de los ejes problemáticos de
esta investigación es el fenómeno de la polarización en la comuna y en la villa
que específicamente nos servirá de muestra. La desintegración y la desigualdad,
o sea la dualización entre ciudad global y ciudad local marginada e insegura,
son el principal obstáculo para que muchas ciudades se reubiquen en esta nueva
etapa de desarrollo. “Un alto riesgo de la globalización es que se haga solo
para una élite: Se vende solo una parte de la ciudad, se esconde y se abandona
al resto”, señala Néstor García Canclini en su libro La Globalización Imaginaria. (1999) De esto infiere la
pregunta ¿Es Puente Alto una comuna polarizada? En esta investigación se
intentará una aproximación a esta pregunta a partir de las discontinuidades y
rejas que cierran los pasajes en las villas de Puente Alto.
Para Carlos De Mattos (1999) , la globalización,
como nueva etapa del capitalismo, es parte determinante de la configuración de
la ciudad actual, tanto a nivel de estructuras productivas y lo que los
mercados de trabajo le exigen a la ciudad, como también por las nuevas
tendencias residenciales que han venido apareciendo.
El capitalismo globalizado,
terciarizado, informacional, como lo llama también De Mattos, ha transformado,
en los países que se han hecho parte de este proceso, drasticamente el mercado
de trabajo en relación al modo fordista más clásico, introduciendo a nuevos
trabajadores técnicos y profesionales en arias de información y servicio, lo
cual en primera instancia eleva los ingresos de una capa media emergente,
transformando el nivel de vida y siendo factor determinante los cambios
experimentados por muchas ciudades del mundo, en las últimas décadas.
Este grupo de asalariados
cualificados que ingresa al mercado de trabajo, se convierte rápidamente en el
cliente objetivo por excelencia de los numerosos proyectos e inversiones
inmobiliarias que se generan producto de la liberalización del mercado de
suelos.
Pero esta ecuación no funcionará
por sí sola, para llevar a cabo una "revolución urbana", será
necesario un proceso sociocultural que valla de la mano a las transformaciones
económicas relacionadas al mercado de trabajo. Construir un imaginario
colectivo relacionado con grupos y solidaridades culturalmente
establecidos.
La globalización produce
transformaciones culturales que dividen la estructura social a la vez que genera
nuevas solidaridades a partir de conocimientos, códigos, lenguaje, etc., pero
estos a su vez deben ser impulsados y capitalizados, tanto por la publicidad
como por los medios de comunicación asociados a esta. El objetivo es que los
individuos se sientan identificados con cierto imaginario social y adopten una
conducta en consecuencia a este y que finalmente adquieran los productos que
les suponga llevar cierto modo de vida, en este caso propiedades inmobiliarias
que poseen algunas características determinadas, precios, ubicación (pueden
estar alejadas espacialmente de los centros donde normalmente se trabaja y se
compra, pero poseer buenos accesos a estos), y principalmente seguridad.
Otro factor importante en las
transformaciones que ha experimentado la ciudad, según diversos autores, ha
sido la seguridad. Nestor Garcia Canclini, el antropólogo Argentino radicado en
Méjico, nos dice: "en una temporada puede ser -como ocurrió hace unos
años- que el tamaño de la ciudad, la oposición entre el centro y la periferia,
el gigantismo amenazante sean los ejes. Actualmente, los imaginarios van más
asociados a la seguridad o la inseguridad, o a la relación entre los nativos y
los migrantes." (La
Globalización Imaginada, 1999)
La seguridad, nos dice María
Elena Ducci, es el eje principal de la publicidad inmobiliaria, y la cuál
encuentra sustento en el miedo, el cual a su vez encuentra soporte tanto en
experiencias reales de los individuos con la delincuencia y la violencia urbana,
tanto como en la constante campaña política
y el sensacionalismo de ciertos medios de información. Un cierto negocio
del miedo, el cual logra capitalizar, en este caso, la industria inmobiliaria y
otros sectores.
Los proyectos residenciales en
Puente Altos según De Mattos, Hidalgo y Ducci están en un proceso orientado al
abandono del espacio público, el encierro y la incomunicación vecinal y
ciudadana. Donde predominan el edificio residencial y el condominio cerrado en
los márgenes de la comuna. Una visión de “comuna dormitorio”, o sea, de marcado
carácter residencial, dependiente y funcional al sistema ciudad de la región
metropolitana.
En este proceso se reducen la
vida comunal, la participación, las relaciones sociales, la cultura,
produciendo e una indiferencia territorial o desterritorialización de las
identidadades.
Un individuo determinado que
reside en un departamento o condominio cerrado puede tener relación con sus
vecinos pero no tener ninguna relación de identificación con los problemas de su
comuna.
Para brindar a la ciudad de una
naturaleza que nos permita pensar y develar las tendencias predominante, hemos
enmarcado en dimensiones o mundos que cubran de manera totalizante la
complejidad del desarrollo mismo. En
primer lugar el mundo objetivo, construido por elementos físicos o tangibles
como el ordenamiento territorial, la identificación de la vocación de la
ciudad; el desarrollo científico y tecnológico, proyectos infraestructurales en
los ejes estructurantes de la ciudad, etc.
La segunda dimensión es el mundo
subjetivo, que contiene el desarrollo de las dinámicas de la sociedad civil,
las instancias ciudadanas, la defensa de lo público, lo político y lo ético,
los mecanismos de participación ciudadana, la planeación concertada, las estrategias
de convivencia pacífica y demás elementos relacionados con la cultura de que
son, sin lugar a dudas, determinantes del desarrollo urbano y su planeamiento.
Antonio Gramsci define la cultura como “una fuerza activa usada por
las clases dominantes para dar forma e incorporar las visiones de sentido
común, necesidades e intereses de los grupos subordinados”[3];
esta es una importante afirmación. Lo cultural
en esta explicación representa más que el ejercicio de la coerción: es
un proceso de creación continua e incluye la estructuración constante. La conformación de las lógicas de desarrollo
está ligada a la esfera política y devienen en el elemento central de la
construcción de la sociedad en sí. La idea primaria para Gramsci se centra en
demostrar cómo se puede definir al Estado, en parte, refiriéndose a su activo
papel como aparato represivo y cultural.
La teoría del Italiano Gramci,
parte desde la base de que cada individuo se encuentra determinado en su
accionar por estructuras previamente dadas, desarrolladas a lo largo de la
historia, estas estructuras se manifiestan en la institución del Estado y las
clases dominantes. Cada individuo nacido en la sociedad es deudor de estas
estructuras de poder.
Esto nos lleva directamente a la
definición de Grarmsci del Estado, que no es solamente la herramienta represiva
de las clases dominantes, Gramsci divide el Estado en dos campos específicos:
la sociedad política y la sociedad civil. La sociedad política se refiere a los
aparatos estatales de administración, ley y otras instituciones coercitivas
cuya función primaria, aunque no exclusiva, está basada en la lógica de la
fuerza y la represión. La sociedad civil se refiere a aquellas instituciones
privadas y públicas que se apoyan en significados, símbolos e ideas para
universalizar las ideologías de las clases gobernantes.
El Estado moderno en Gramsci no
cumple un papel acotado a la violencia y la coacción física sobre los
gobernados o la amenaza constate de represión. También tiene la participación
principal en la reproducción del sistema, zanjando conflictos de interés entre
los individuos, proveyendo a los servicios básicos, como salud y protección y
entregando a los niños educación formal, que les permita aprender los
principios y la instrucción básica que le permitan desarrollarse dentro de la
sociedad. Para el autor italiano, en el Estado capitalista se prioriza la
reproducción del capital por sobre la reproducción de la vida.
Esta teoría de la reproducción
cultural también están relacionadas con la cuestión de cómo las sociedades
capitalistas son capaces de reproducirse a sí mismas. El rol mediador de la
cultura en la reproducción de las sociedades y el desarrollo urbano es causa y
consecuencia de la polarización (segregación) discontinuidad y la hostilidad.
En la reproducción se juega el
futuro de un tipo de la hegemonía de una clase por sobre otra, por eso es tan
importante que el Estado cumpla bien su papel educador sobre la sociedad. Este
consiste en hacer de los valores e intereses que conciernen a la clase
dominante los del resto de las clases y de toda la sociedad. Una clase o un
grupo determinado abandonan voluntariamente sus intereses inmediatos y asume
voluntariamente los intereses y la identidad de la clase dominante. En el caso de esta investigación es
relevante, la tesis de que se infiere en algunos textos acerca del abandono de
la dimensión política del territorio, o sea, la indiferencia de los vecinos
hacia las problemas de su barrio o comuna. ¿A quién le conviene esta
despolitización del territorio?
Ernesto Laclau, investigador del
pensamiento de Gramsci, sostiene que en el concepto de hegemonía no hay
implícito una supuesta falsa conciencia, como si hubiese una verdad dada y
trascendental la cual debe ser debelada, sino lo que se llamaría una guerra de
posición. Acá, aclara, que no se trata de militarizar la teoría, sino más bien
de desmilitarizar la guerra. Una guerra permanente en el campo de la cultura,
la política, etc., por movilizar el eje de la reproducción social, desde la
reproducción del capital, hacia la reproducción de la vida, por ejemplo.
Finalmente el campo de lucha es
la historia en sí misma, Laclau le llama el "historisismo total". La
base de toda conformación es la historia, todos los campos del desarrollo, la
economía, la ciencia, la cultura, la política o el desarrollo urbano están
sometidos en última instancia a la historia particular que las precede. De esta
forma, cada sociedad o cultura tiene sus propias particularidades y devenires.
No existe una teleología, un mundo ideal particular para toda la humanidad.
Solo hay contingencia, dice Laclau (LA DIVISORIA
DE AGUAS GRAMSCIANA, 1987) , no hay leyes que
predeterminen o permitan predecir los acontecimientos sociales. En este sentido
la "guerra de posiciones" es pura praxis que pretende generar
solidaridades a partir de entre grupos sociales para generar un bloque
histórico, cultural y político que se oponga a la cultura dominante, que genere
valores opuestos o diferentes, de acuerdo a realidades más concretas como
podría ser la relación territorial, la residencia; de mediar una proceso de
democratización del desarrollo urbano.
El trabajo de Pierre Bourdieu y
sus colegas en Francia representa una de las perspectivas más importantes para
el estudio del modelo reproductivo cultural.
La teoría de Bourdieu de la
reproducción cultural comienza con el supuesto de que las sociedades divididas
en clases y las configuraciones materiales en que descansan están parcialmente
mediatizadas y reproducidas a través de lo que llama “violencia simbólica”.
Esto es, el control de clase se constituye a través del sutil ejercicio del
poder simbólico sostenido por las clases gobernantes para “imponer una
definición del mundo social que es consistente con sus intereses. La cultura deviene el lazo mediador entre los
intereses de la clase gobernante y la
vida cotidiana. Funciona para retratar
los intereses económicos y políticos de las clases dominantes, no como
arbitrarios e históricamente contingentes sino como elementos necesarios y
naturales del orden social”. Podríamos pensar desde aquí el desarrollo urbano
como una fuerza social y política importante en el proceso de reproducción de
clases. Apareciendo como un “transmisor” imparcial y neutral de la cultura, la configuración
urbana puede promover desigualdad y agudizar la desigualdad. De acuerdo con Bourdieu, es precisamente la
relativa autonomía de un sistema que “lo
capacita para servir a demandas externas bajo el disfraz de independencia y
neutralidad, por ejemplo para esconder las funciones sociales que desarrolla y
así desarrollarlas con mayor efectividad”
Partiendo desde este punto de vista podríamos afirmar que espacio urbano no es simple reflejo de las
relaciones sociales, sino parte constituyente de ellas. Es el lugar donde esas
relaciones se concretan, no solo donde se reflejan.
Bourdieu analiza la relación
entre acción y estructura social. A esta
relación llama estructuración, la estructura consiste en la historia
objetivada, el marco que alberga y determina la acción: el “habitar”. El espacio urbano es un habitar por
exelencia, los edificios, las villas, las plazas, las rejas son historia
objetivada; o sea, historias, ligios,
conflictos de clases, acuerdos, desacuerdos, ganadores y perdedores, acción
pura que se a acomulado en el paso del tiempo sobre los objetos y la
configuración del espacio urbano.
La segunda se refiere a la
“historia corporizada del hábito y apunta a un conjunto de competencias y
necesidades estructuradas internalizadas, un estilo internalizado de
conocimiento y relación con el mundo que está asentado en el cuerpo mismo. El
hábito, entonces, deviene una “categoría mental que constituye el principio de
miles de representaciones y de acciones” (Bourdieu,
Razones prácticas: Sobre la teoría de la acción, 1997, pág. 130) , “como sistema de
esquemas de percepción y apreciación, como estructuras cognitivas y evaluativas
que adquieren a través de la experiencia duradera de una posición en el mundo
social” (Bourdieu,
Espacio social y poder simbólico en Cosas Dichas, 1995, pág. 134) . El hábito es un
producto de la socialización y la historia corporizada, y difiere entre los
variados grupos subordinantes y dominados dentro de la sociedad. Como
principios inscritos profundamente dentro de las necesidades y disposiciones
del cuerpo, el hábito deviene en una fuerza
en la organización de la experiencia individual y es la categoría central
para situar el agenciamiento humano dentro de la actividad práctica.
El habito es la historia inscrita
profundamente en las necesidades y disposiciones del cuerpo, antes que del
razocinio o algún sentido de moralidad. Reproduciendo identidades predeterminadas por
la cultura dominante (el empresario, el trabajador, el estudante, la dueña de
casa, etc.) en un proceso de socialización en que están incluidos el sistema
educativo, el mercado, los medios de comunicación y también la configuración
espacial en que los individuos y comunidades se desnvuelven.
Las fragmentaciones social y
territorial no son una simple consecuencia de las desigualdades
socioeconómicas, sino que son resultado de la diferenciación social en el espacio,
y constituyen procesos que se retroalimentan. En esta medida, surgen diversas
formas de segregación, como manifestaciones de la distribución de las clases
sociales en el territorio.
Pero la validez misma de la clasificación amenaza con
incitara percibir las clases teóricas, agrupaciones ficticias que sólo existen
en la hoja de papel, por decisión intelectual del investigador, como clases
reales, grupos reales, constituidos como tales en la realidad. Una amenaza
tanto mayor cuanto que la investigación pone de manifiesto que las divisiones
trazadas en La distinción corresponden efectivamente a unas diferencias reales
en los ámbitos más diversos, incluso más inesperados, de la práctica. Así,
tomando el ejemplo de una propiedad curiosa, la distribución de los
propietarios de perros y de gatos se organiza según el modelo, pues el amor por
los primeros resulta más probable entre los empresarios del comercio (a la
derecha en el esquema) mientras que el afecto por los segundos resulta más
frecuente entre los intelectuales (a la izquierda en el esquema).
El modelo define pues unas distancias que son predictivas de
encuentros, afinidades, simpatías o incluso deseos: en concreto eso significa
que las personas que se sitúan en la parte alta del espacio tienen pocas posibilidades
de casarse con personas que se han situado en la parte de abajo, en primer
lugar porque tienen pocas posibilidades de encontrarse físicamente (salvo en lo
que se llama los «sitios de mala nota», es decir a costa de una transgresión de
los límites sociales que vienen a multiplicar las distancias espaciales);
después, porque si se encuentran de paso, ocasionalmente y como por accidente,
no se «entenderán», no se comprenderán de verdad y no se gustarán mutuamente. A
la inversa, la proximidad en el espacio social predispone al acercamiento: las
personas inscritas en un sector restringido del espacio estarán a la vez más
próximas (por sus propiedades y sus disposiciones, sus gustos y aficiones.) y
más inclinadas al acercamiento; también resultará más fácil acercarlas,
movilizarlas. Pero ello no significa que constituyan una clase en el sentido de
Marx, es decir un grupo movilizado en pos de unos objetivos comunes y en
particular contra otra clase. (Bourdieu,
Razones prácticas: Sobre la teoría de la acción, 1997, págs. 22-23)
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